Un referéndum nacional

La opción no debiera ser independentismo sí o no; la opción es votar o no

Suso De Toro
4 min
Un referèndum nacional

Ninguna disputa es bonita; son ácidas o amargas. El estado con todos sus medios, y tras de él, la mayoría de la opinión española, está en disputa con la Generalitat, y tras ella una buena parte de la sociedad catalana. Conforme la disputa se va desarrollando, se vuelve más agria.

Lo que demanda la parte catalana tiene fuerza moral para cualquier demócrata. Como consecuencia, la otra parte necesita conseguir que quienes reclaman democracia se degraden y pierdan autoridad moral ante la opinión pública española e internacional. El estado, conducido por el Gobierno y con el asentimiento en distintos grados de los demás partidos españoles, viene pretendiendo retratar los dirigentes catalanes como egoístas, particularistas, fanáticos y mezquinos.

Dicho de otro modo, el Gobierno tiene interés en que en Cataluña aflore amargura, acidez, agresividad e histerismo, su posición se alimenta y se fortalece si los partidarios de votar pierden los nervios y las formas, se muestran agresivos y emanan negatividad. La lucha democrática que inició la sociedad catalana hace siete años es eminentemente constructiva y positiva, y si no mantiene ese carácter, también en las formas, se desnaturaliza. Como pretenden los partidarios del statu quo.

Este gobierno, legítimo representante del posfranquismo, actúa con astucia y utiliza dos vías: la persecución judicial y policial y también la utilización perversa de las leyes con torticeras invocaciones a la democracia para calificar a sus rivales como enemigos de la democracia. Para enfrentar esa doble estrategia no basta el coraje personal y la firmeza en las convicciones; hace falta también conocer la ideología y el modo de pensar del postranquismo y una astucia semejante.

La sociedad catalana tiene ante si únicamente dos opciones: rendirse y aceptar las condiciones que imponga el vencedor o vencer. Pero debe mantener el foco de atención en el referéndum para decidir libremente; el objetivo del estado es negarlo, y por eso los medios de comunicación del poder lo llaman “referéndum independentista”.

Rajoy va a ser, con Adolfo Suárez, uno de los dos políticos más decisivos de este período que acaba y que se inició en la Transición: uno lo abrió y otro lo enterró. Rajoy consiguió que el estado todo asumiese explícitamente su ideología y, después de apoderarse del poder judicial, hizo de él un instrumento del poder ejecutivo, del gobierno. Que el Tribunal Constitucional sea hoy ideológico y fácticamente del PP y que actúe como un poder ejecutivo, saltándose al legislativo, prueba que el Reino de España ya no es una democracia, es otra cosa. Y que la ideología y los intereses de estado son lo que expresa el PP.

El poder judicial y el TC son hoy el hacha del verdugo. El gobierno se mantiene a un lado contemplando cómo la justicia corta cabezas políticas y persigue a personas por sus ideas políticas. A un estado en ese proceso de radicalización y degradación se enfrenta la demanda de la sociedad catalana, ello sin contar con los instrumentos de poder económico y mediático fuera y dentro de Catalunya.

No sé si la sociedad catalana perecerá como ente cívico o si sobrevivirá como una sociedad soberana y libre, pero creo que solo lo conseguirá si vuelve o se mantiene en la posición inicial: el derecho a votar su futuro de la forma que pueda.

Cuesta aceptar la buena fe de quien, ante el referéndum, argumenta: “No es esto, no es esto”; la misma hipócrita alegación de aquellos intelectuales españoles al gobierno de la II República. El referéndum planteado se hace en las únicas condiciones posibles, de eso se encargó el gobierno de España. ¿Cuál es la alternativa a este referéndum? Únicamente la rendición. De eso se encargó Rajoy, de que no haya medias tintas. Si alguien sabe un nombre distinto que “rendición y sometimiento” para llamar a lo que significa no celebrar ese referéndum, que lo diga.

Creo que el único camino para que la ciudadanía catalana sobreviva al asedio del estado es limitarse a algo tan simple, limpio y claro como poder votar. Votar en el referéndum es, en si mismo, un acto de soberanía nacional. A partir de ahí, de esa verificación de la existencia nacional de la sociedad catalana, es cuando cabe una negociación con el estado español, inevitable de un modo u otro.

El independentismo es la única opción política que se molestó en pensar un camino alternativo a la sumisión a un centralismo casi colonial. Sin embargo, la sociedad catalana precisa tener más opciones ante un trance histórico como este que afronta. Pero la opción no debiera ser independenismo sí o no; la opción es votar o no. Junto a la opción independentista, otras opciones debieran estar también sobre la mesa para que el horizonte de ese referéndum tan dramático no sea tan angustioso para la sociedad. Si la sociedad catalana se ve angustiada ante el dilema, como pretende el gobierno con todas sus armas externas e internas, se retraerá. Y eso supondría la destrucción de la voluntad cívica catalana, el mayor capital de ese país. Catalunya estaría no solo políticamente sino también moralmente destruida.

Es necesario un debate donde existan claramente opciones distintas para que el referéndum sea, como debiera, nacional y no nacionalista. No un dilema entre el nacionalismo catalán y el español, sino una deliberación y unacto fundamentalmente político más que ideológico.

stats