Memòria Històrica

La Barcelona de posguerra: Franco castigaba y la prostitución se triplicaba

Paco Villar saca a la luz la Barcelona nocturna e hipócrita de los primeros años de posguerra

Sílvia Marimon Molas
3 min
Carrer En Robador (1953) Josep Postius (Arxiu Fotogràfic de Barcelona)

BarcelonaEl mismo año que acabó la Guerra Civil abría el California en la Diagonal. Lo seguirían muchos más locales: El Cortijo (1940), Rosaleda (1940), Cactos (1940), Copacabana (1947), Jardines Casablanca (1947)... que ofrecían lujo y glamur a los que no habían perdido el patrimonio durante la Guerra Civil o se habían enriquecido extraordinariamente con el estraperlo o acercándose al poder franquista. Allá sonaba el jazz, el swing y el fox y las voces de grandes estrellas internacionales como Josephine Baker o Lucienne Boyer. En cambio, andar por el Barrio Chino en los años cuarenta podía ser desolador. Las calles en el entorno de la Rambla se llenaron de mercados ambulantes y de una prostitución clandestina que aumentó de forma exponencial. Todos estos contrastes, el afán para divertirse y la doble moral de la Barcelona de la posguerra, los explica Paco Villar en el libro Cuando la riqueza se codeaba cono el hambre. Vida nocturna en la Barcelona de la posguerra (1939-1952), que ha editado el Ayuntamiento de Barcelona.

Más de 50.000 mujeres dedicadas a la prostitución

La ciudad se vio inmersa en aquello que las autoridades franquistas denominaron una cruzada moral y religiosa que afectó todas las actividades y sectores sociales. Paralelamente la prostitución tuvo una eclosión brutal. Viudas, separadas, esposas con sus maridos en la cárcel o en campos de concentración, menores de edad... mujeres en situaciones desesperadas, según explica Villar en el libro, se vieron abocadas a venderse. Según datos del Patronato de la Mujer, una institución franquista que tenía como objetivo apartar a las mujeres del "vicio" y educarlas según la doctrina católica, si en 1943 había 101 mueblés y 120 casas de prostitución censadas, dos años después se llegaba ya a 383 y se cuantificaba en 50.000 las mujeres que se dedicaban a esta profesión. Había locales muy sórdidos, con habitaciones de colores flamantes donde se vendían mujeres a diez céntimos el número. Era el caso del As de Oros. Su propietario encarnaba bastante bien esta doble moral: destinaba parte de los beneficios a un asilo de monjas de un pueblo de la provincia de Murcia.

La salutació de la companyia al final de la representació  "Melodías del Danubio" al Teatro Español.  En un primer pla, Artur Kaps i Franz Joham; al centre, Raquel Meller (1945). Josep Postius (Arxiu Fotogràfic de Barcelona)

Villar explica un montón de anécdotas y describe un Barrio Chino que perdió algunos de sus locales más emblemáticos. Salas míticas como la Excelsior y La Criolla, que antes de la Guerra Civil atraían el turismo internacional con sus bailes transgresores, se fueron desdibujando. La Criolla desapareció bajo las bombas. Otros sobrevivieron, como El Trink-Halle, pero con un nombre nuevo, Covadonga, porque el gobierno franquista obligaba a españolizar los carteles. El Cabaret Hollywood pasó a llamarse Sala de Fiestas Casablanca. En cambio, el London Bar prefirió ocultar el cartel antes de acatar las órdenes. "La mayoría de los que abrieron en esta época tuvieron una vida efímera, a excepción del bar Pastís y el Kentucky", explica Villar. Otro superviviente de la posguerra fue el Bar Edén, que fue punto de reunión de músicos, bailarines y boxeadores . Fue ahí donde se pudo escuchar por primera vez públicamente la trompeta de Louis Armstrong.

Adinerados y clandestinos

El jazz también se escuchaba en otros rincones de Barcelona. En los locales de la Diagonal y también en la sala de fiestas por excelencia de la posguerra, el número 14 de la plaza Catalunya fundada por Lluís Rigat. Allá se celebraban todo tipo de fiestas. Para que a su adinerada clientela no le careciera de nada, incluso había servicio de peluquería y manicura. Muchos locales destinados a una clientela muy adinerada se lanzaron a una carrera desenfrenada para atraer a los artistas internacionales más conocidos y con más prestigio de los años cuarenta. Todo ello contrastaba con los locales del Barrio Chino, donde los transformistas sobrevivían cómo podían. Los hombres que se vestían de mujer lo tenían muy difícil con el franquismo. El Sindicato Provincial de los Espectáculos los denominó, para evitar la censura, “artistas masculinos coreográficos”. Se intentó, sin éxito, prohibir sus actuaciones en el cine. Los artistas vencieron las prohibiciones y continuaron actuando: las ganas de divertirse eran mayores que la pesadumbre del régimen.

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