La montaña de la revelación

Rilke, aunque praguense de nacimiento, tenía muy claro que su patria era la cultura europea

Rafael Argullol
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(1599), del Greco, que es conserva al Metropolitan Museum, Nova York.

FilósofoEn algún lugar leí que Rainer Maria Rilke vivió en más de cincuenta domicilios, ninguno suyo. Quizá tenía el "horror al domicilio" del que habló Baudelaire, quizá el nomadismo era esencial para el desarrollo de su creatividad poética. Rilke, aunque praguense de nacimiento, tenía muy claro que su patria era la cultura europea. Para habitarla, como podemos deducir de sus cartas, se desplazó continuamente, en parte desterrado de todos los lugares, en parte ciudadano de todos ellos. Sus poemas son fruto de este destierro y de esta ciudadanía universal. Como centroeuropeo Rilke otorgaba un valor especial a los extremos de Europa, Rusia y la Península Ibérica, para él, simbólicamente, la Llanura y la Montaña.

El poeta de Praga es un ejemplo extraordinario de las mutaciones que el viaje provoca en la literatura y asimismo del subjetivismo con que la imaginación dirige al viajero. Rilke postergó mucho el viaje a Rusia y aún más el que quería realizar a la Península Ibérica, a la que por fin se trasladó en 1912, para una estancia que duró cuatro meses. La Montaña era, para él Toledo, el objetivo confesado de su viaje, y Toledo era fundamentalmente El Greco. Rilke había preparado minuciosamente su enfrentamiento con la Montaña de la Revelación, con la secreta esperanza de que allí finalizara la esterilidad creativa que le atormentaba desde hacia tiempo.

Pero una vez en Toledo, y a pesar de sus esfuerzos, no se produjo revelación alguna. Decepcionado, Rilke abandonó la ciudad castellana para trasladarse a Andalucía. Sevilla le interesó poco y Córdoba algo más. Alguien le habló de Ronda, población que el poeta ignoraba. Este fue el momento culminante de su viaje porque allí, en Ronda, se produjo lo imprevisto: experimentó que aquella, y no Toledo, era la Montaña de la Revelación. Según escribió a sus amigos parisinos allí se produjo el gran viraje que dejó atrás la esterilidad creativa, algo que él mismo atestigua en la Trilogía española. Por tanto, debemos creerle. De esa etapa nace el más fértil de Rilke: la coronación de las postergadas Elegías de Duino y la vertiginosa escritura de Los sonetos a Orfeo. Para el nómada la curación surge de la imprevisible.

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