CRÍTICA TV

Dos instantes muy bestias

El primero fue en 'Late motiv' con Jesús Vidal como invitado; el segundo, en 'Salvados'

Mònica Planas
2 min
Captura del programa 'Late Motiv'.

Los últimos días ha habido dos momentos televisivos de una intensidad extraordinaria que, si aún no ha visto, vale la pena que recupere. Son dos fragmentos muy diferentes, pero profundamente conmovedores. Dos instantes que no tienen tanto que ver con el uso de la palabra, que también, como con la potencia del silencio, la fuerza de la imagen y la sacudida emocional que provocan.

El primero fue el pasado jueves en 'Late motiv', el programa de Andreu Buenafuente en #Cero de Movistar +. Invitaron a Jesús Vidal, uno de los protagonistas de 'Campeones', que recogió el Goya como mejor actor revelación con un discurso extraordinario. Buenafuente lo entrevistó y entre ambos dibujaron una conversación maravillosa que, a esas horas de la noche, proporcionaba unos instantes de bienestar televisivo muy reconfortantes. Más allá de eso, el programa tuvo un atrevimiento sensacional: homenajearon al invitado con un regalo muy particular. Una imitación, con caracterización incluida, del humorista Raúl Pérez, que apareció como si recogiera un Goya y haciendo un discurso de agradecimiento dirigido al actor. Vidal lo observaba entre fascinado y divertido. Cuando terminó la actuación, Pérez, convertido en un clon de talla grande, se sentó en el sofá junto al actor. Y aquí se produjo al instante delicioso: Jesús Vidal se estuvo unos segundos observando su doble de cerca. Se miraban cara a cara, curiosos y expectantes, en silencio. A continuación, con una gestión magistral del humor, Buenafuente hizo interactuar a Jesús Vidal con su 'alter ego'. Pura televisión, magnífico atrevimiento, emoción garantizada y dosis de felicidad antes de ir a dormir.

El otro instante se produjo el domingo por la noche, en 'Salvados', que transcurría en una gran área de servicio de carretera, donde descansa y come la gente que está en ruta. El programa, excelente del inicio al final, creaba una atmósfera tan bestia que traspasaba la pantalla para invadir el estado de ánimo del espectador. Curiosamente, los fragmentos en los que intervenían mujeres tenían una potencia narrativa mayor. Quizás porque aquel contexto de carretera parecía más hostil con ellas. Ahora bien, el momento devastador y perfectamente gestionado fue cuando Jordi Évole, desde el asiento trasero de un pequeño Fiat, entrevistó a un matrimonio mayor muy entrañable. La conversación era inicialmente intrascendente, apelando al recuerdo de los viajes de juventud, hasta que les preguntó cuando se habían jubilado: "Lo dejamos por unas circunstancias desagradables que no vale la pena, tampoco ...", dijo él. "Bueno, se nos murió un hijo", aclaró ella. El silencio, repentino, se fundió con la atmósfera árida de aquel paraje. Y después de la sacudida en que ellos y nosotros cogimos aire, continuaron su historia triste. La televisión, bien hecha y demostrando tacto por las personas, tiene instantes que te conmueven y te hacen reflexionar sobre la delicadeza, la fragilidad de la vida y la condición humana mucho más allá de lo que simplemente te han enseñado en pantalla.

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