El mundo libre, en peligro

Trump no quiere cuestionar a los dictadores, ni ponerse del lado de la ley o de los Derechos Humanos

Mónica Garcia Prieto
3 min
El president dels Estats Units, Donald Trump, amb Xi Jinping, a l'inici de la seva reunió bilateral a la cimera dels líders del G-20 a Osaka, Japó

PeriodistaComo denunció el ex secretario de Defensa de Estados Unidos, el general James Mattis, en un polémico artículo que desafiaba la norma no escrita que impele a los militares a no criticar a sus gobiernos, el problema de Donald Trump es que “ni siquiera finge intentar unir a los estadounidenses”.

Trump nunca finge. No finge ser inteligente -recuerden la propuesta de inyectar desinfectante para combatir el covid-19, o su sugerencia de dejar de hacer pruebas para reducir las cifras de contagios-, no pretende no ser un depredador sexual ni se molesta en disimular su ignorancia -según el explosivo libro de John Bolton, desconocía que Gran Bretaña dispone de arsenal nuclear y pensaba que Finlandia es parte de Rusia- o su admiración por los déspotas de todo el mundo.

Es como un niño sin filtros. Su incapacidad a la hora de disimular le lleva a aprobar sanciones contra una violación de los Derechos Humanos más elementales para luego retractarse, porque le conviene para sus acuerdos comerciales. No encuentra ningún dilema moral en anteponer la economía al respeto a la vida humana, ni en dilapidar la escasa credibilidad que le quedaba a Estados Unidos a la hora de detentar la posición de sheriff internacional.

Sanciones suspendidas

Por eso no es de extrañar que Trump haya suspendido las sanciones contra altos funcionarios chinos en respuesta a la represión en la provincia musulmana de Xinjiang, donde al menos un 10% de la población ha sido recluida en campos de reeducación para eliminar “la semilla terrorista”, como lo suele definir Pekín, de su religión. Trump no encuentra ningún problema en esta reedición de los campos de concentración, que nunca desaparecieron de la China comunista con diferentes nombres. De hecho, según el libro de Bolton, ha defendido la construcción de instalaciones. "Con la única presencia de traductores, Xi explicó a Trump por qué estaba básicamente construyendo campos de concentración en Xinjiang. Según nuestro traductor, Trump dijo que Xi debía seguir adelante con la construcción de los campos, porque pensaba que era lo correcto", sostiene Bolton citado por The Wall Street Journal.

La patada contra los principios más elementales sería desalentadora si no fuera tan previsible. La dictadura de Xi Jinping, el líder chino con más poder y ambición desde Mao, tiene un plan de homogeneización de todo su territorio que incluye sus regiones rebeldes, aquellas que como Tíbet, Xinjiang y Hong Kong albergan profundas diferencias identitarias que han llegado a ser defendidas con violencia. Cualquier gesto de disensión es aniquilado para que no se extienda, y castigar a toda la población por los crímenes de un puñado de personas es una táctica habitual que se ha visto exacerbada gracias a la indiferencia del más improbable de los aliados, su archienemigo político, el líder del mundo capitalista, convertido por su ambición en una presa del sibilino depredador chino.

"Un buen trato"

Cuando la revista Axios preguntó a Trump por qué finalmente no se habían impuesto sanciones contra responsables chinos, Trump contestó con una bofetada de honestidad. "Hice un buen trato, 250.000 millones de dólares de compras potenciales", se justificó. "Cuando estás en medio de una negociación y, de repente, se empieza a imponer sanciones adicionales... Hemos hecho muchas cosas. Impuse aranceles a China, que son bastante peores que todas las sanciones que pueda imaginar", prosiguió. Si lo que busca es un cheque, Xi sabrá bien cómo ganárselo.

Trump no quiere cuestionar a los dictadores, ni ponerse del lado de la ley o de los Derechos Humanos. Según Bolton, llegó a pedir ayuda al dictador Xi para ganar su reelección. Su deriva moral arrastra a todo un país y cuestiona la legitimidad de las democracias, capaces de alumbrar semejantes dirigentes, justificando regímenes despóticos como una alternativa no tan descabellada. La capacidad destructiva de la actual Administración no debe ser infravalorada. El mundo libre es menos libre que nunca.

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