Los trumpistas ya se han emborrachado de poder

Mónica García Prieto
3 min
Els trumpistes ja s’han emborratxat de poder

PeriodistaHa hecho falta que el jefe pirómano ordene a sus hordas asaltar el Capitolio para que el mundo entero -desde sus aliados internos hasta sus socios internacionales, salvo excepciones- comprenda su potencial destructivo, pero durante estos largos y arduos cuatro años ha dejado muchos cadáveres en el camino que no hay que desdeñar.

Lo explicó muy bien Amanda Taub hace algunos meses en el New York Times, en un artículo titulado Lo que el mercado de las tostadoras nos enseña de la política. Taub partía de una experiencia común: acudir a una tienda para comprar una tostadora. Llegas al estante y pasas de largo frente al modelo de última generación de 300 euros. Después ignoras el que cuesta 100, a pesar de tener un aspecto extraordinario, hasta encontrar el modelo más barato del pasillo, de 75 euros. Y lo compras felicitándote por la sabia elección. Lo sería, si no fuera porque hay tostadoras de 30 euros que cumplen su función. Pero has sido víctima del efecto anclaje, un sesgo cognitivo que se produce cuando al presentar una opción inicial, esta se usa de referencia para juzgar al resto.

Eso es lo que, decía Amanda Taub, ocurre con Donald Trump: de tanto presagiar que con él se avecinaba el apocalipsis, el robo de las elecciones, un golpe de estado o tantas otras crisis superlativas, los norteamericanos fueron normalizando las heridas cotidianas que el presidente infligía sobre el país.

Lo hizo desde muy pronto. Por ejemplo cuando aplaudió y alentó a las milicias supremacistas racistas que protagonizan actos violentos ahondando en las grietas del racismo. O cuando separó a familias inmigrantes y refugiadas que anhelaban encontrar en EE.UU. la seguridad que siempre prometió la tierra de las oportunidades. O cuando desdeñó el uso de la mascarilla e ignoró la virulencia de un virus que ya ha matado a más norteamericanos en un año de los que murieron durante toda la Segunda Guerra Mundial. Su falta de responsabilidad y su empeño en cuestionar expertos y erosionar las instituciones ha mermado lenta e inexorablemente la legitimidad del sistema hasta un punto de difícil retorno.

Baño de realidad

Es comprensible que la bofetada del pasado 6 de enero haya conmovido, convulsionado e indignado a los representantes norteamericanos, pero resulta chocante la súbita urgencia de congresistas y senadores de Estados Unidos -no todos, los palmeros de Trump sigue defendiendo que les han robado las elecciones- para intentar incapacitarlo a pocos días del traspaso de poder.

Durante cuatro años, el mismo individuo -inestable, caprichoso y con una total falta de formación, empatía o sentido de la responsabilidad social- fue normalizado como presidente, jaleado desde la mitad de la población que le defiende. Es fascinante que la clase política norteamericana no haya percibido que la democracia estaba en peligro desde el inicio de su mandato, y que cada día que Trump pasaba en el poder vociferando y normalizando sus propias ficciones, cambiando las leyes a capricho y reventando todos los resortes del sistema, amenazaba el futuro de la principal democracia del mundo. Solo lo han comprendido cuando se vieron en peligro inminente, aferrados a las bolsas plásticas para protegerse del gas y agazapados en sus escaños mientras la Guardia del Capitolio intentaba conducirlos a un lugar seguro. En definitiva, lo han comprendido cuando han temido por sus propias vidas.

Ahora es tarde, porque Trump y todos los no valores que representan son legión y campan a sus anchas, más fortalecidos que nunca. 74 millones de personas apoyan abiertamente al pirómano en jefe que ha lanzado un asalto contra su venerada democracia. No ven ninguna irregularidad en asaltar las instituciones, en violar la casa del pueblo ni en ondear banderas supremacistas en el sacrosanto recinto que alberga a los representantes electos. Creen tener el derecho y la obligación de imponer su voto a la mayoría, si es necesario mediante la violencia. La tolerancia, si alguna vez representó a Estados Unidos, fue enterrada a mano por un Trump orgulloso del retroceso moral del país, que por fin se asemejaba a su propia estatura moral.

El poder embriaga, y los asaltantes del Capitolio -los seguidores de Trump- ya lo han degustado. Su líder les promete que es el principio de mucho más, y dispone de tiempo y recursos para liderarlos. Se ha abierto una página nueva en los Estados Unidos, y parece que no será precisamente amable.

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