ANÁLISIS

Irán ni olvida ni perdona

Mónica Garcia Prieto
3 min
En primer pla, el líder suprem iranià, Ali Khamenei, i a la seva dreta el president del país, Hassan Rouhani, durant el funeral del general assassinat Qasem Soleimani.

La pregunta que subyace tras la ejecución extrajudicial del general Qassem Suleimani es qué gana Washington, más allá de empañar el impeachment de Trump. Por ahora no pierde: no ha sufrido víctimas en la respuesta de Irán, nadie pedirá responsabilidades por esta flagrante violación de la ley internacional, ni tampoco había norteamericanos en el avión abatido por error por la defensa aérea iraní.

A corto plazo, puede presumir de obtener una relativa tranquilidad en las bases regionales si Teherán da realmente por consumada la respuesta, pero eso dependerá de las milicias chiíes afines (Hizbulá en Líbano, Hashd al Shaab en Irak, Ansarullah en Yemen, Hamas en Gaza, Liwaa Fatemiyoun en Afganistán y Liwaa Zainabiyan en Pakistán) y de los cálculos de los ayatolás, versados en la guerra irregular y en las respuestas tardías y poco convencionales en forma de secuestros, ciberataques o atentados aparentemente anónimos. El general Amir Hajizadeh -responsable de la fuerza balística iraní- ha advertido que los 22 misiles son sólo el inicio de “operaciones mayores”. Irán no olvida ni perdona, pero sabe refrenarse para garantizar la superviviencia del sistema.

A medio plazo, la crisis de Irán reporta ciertos beneficios al régimen teocrático. Los ayatolás pueden retomar su programa nuclear -del que EEUU se retiró unilateralmente en mayo de 2018- aduciendo pura necesidad y transformarse así en la próxima potencia atómica -lo que impelería a Arabia Saudí, enemigo regional, e incluso Egipto, Turquía o Jordania a seguir sus pasos-, e invertir los recursos que les dejan las sanciones en su industria armamentística, muy sofisticada como se ha demostrado con la precisión de los misiles contra las bases de Ain al Asad y Erbil. Además, la amenaza existencial que subyace tras el ataque cohesiona a la población en torno a la teocracia, en detrimento de la revolución popular desatada por los efectos de las sanciones y suprimida hace semanas a tiros y, tras la muerte de Suleimani -irónicamente, el hombre empeñado en aniquilarla- abocada a la desaparición. El impacto para Oriente Próximo es que el martirio del general cuestiona el legítimo sentimiento anti- iraní que recorre, desde octubre, en forma de protestas los países del arco chií, hartos de las injerencias de Teherán y de servir como instrumento o tablero para sus intereses.

Estados Unidos presume de haber borrado del mapa a un líder terrorista y confía en que su muerte debilite al sistema. Pero, en este tipo de regímenes, nadie es imprescindible y la estructura sobrevive a las pérdidas: el propio general trabajó para diversificar las Fuerzas al Quds, cuerpo de Elite de la Guardia Revolucionaria iraní, creando cinco oficinas independientes, de forma que una pérdida -en Oriente Próximo, lo extraño para un alto cargo es morir en la cama- no afectara al conjunto. Vaya por delante que no se puede comparar a Osama Bin Laden, Abu-Bakr al Baghdadi o Abu Musab Zarqawi con el todopoderoso Suleimani, gran estratega regional del líder supremo iraní: el propio David Petraeus, antiguo director de la CIA, afirmó que el asesinato conllevará consecuencias mucho mayores que las de los líderes de Al Qaeda o ISIS.

Washington le acusaba de orquestar decenas de miles de muertes, pero las suyas son muchas menos que las provocadas por Washington en Oriente Próximo y Asia desde hace décadas. La etiqueta de ‘terrorista’ es usada para justificar un asesinato que constituiría una declaración de guerra si no fuera porque la ley internacional nunca se aplica a EEUU, ni a sus socios saudíes -recordemos a Jamal Khasshoggi- o israelíes, maestros en venganzas en forma de misil. Según el periodista israelí Ronen Bergman, Tel Aviv ha llevado a cabo unos 2.700 asesinatos selectivos que no siempre han reportado los resultados esperados: ocurrió con el asesinato del fundador de Hamas Sheikh Ahmed Yassin, que reforzó al movimiento islamista, o con el que mató a Abbas al Musawi, líder de Hizbulá, en 1992: fue sucedido por Hassan Nasrallah, con quien el partido-milicia vive tiempos de gloria.

Sobrevivir al líder

Un libro publicado por Jenna Jordan, del Instituto de Tecnología de Georgia, estudiaba las consecuencias de un millar de asesinatos o capturas selectivas de líderes insurgentes y concluía que la supervivencia de sus grupos depende de la fortaleza del organigrama interno, de su capacidad para gestionar recursos y de la fortaleza de su ideología. Si es así, el impacto de la muerte de Suleimani en el régimen iraní será casi nula.

En todo caso, el misil norteamericano consagró su trabajo de toda una vida -su objetivo era lograr el fin de la presencia norteamericana en Oriente Próximo, que comenzó días después, cuando Bagdad exigió la retirada- y nos condena a mayor desconfianza, más agravios y más tensión. Si pretendía amilanar a los religiosos iraníes, para quienes el martirio es una aspiración vital y no un temor, no lo ha logrado. El grinch Trump nos ha regalado un mundo más inseguro con motivo del Año Nuevo.

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