Pedir perdón, retirar estatuas, trasladar despojos

Los símbolos no lo son todo pero son muy relevantes

Marta Segarra
3 min

El verano pasado estalló un escándalo en el mundo cultural francés: la célebre compañía Théâtre du Soleil y el director teatral canadiense Robert Lepage fueron acusados de "apropiación cultural" por la obra que estaban preparando para estrenar en el Festival d'Automne de París. Ahora que se han acabado sus representaciones en esta ciudad, es hora de hacer balance: ¿sus detractores, tenían razón?

La primera cuestión a debatir es el concepto mismo de apropiación cultural. Si creemos que la cultura no es propiedad de nadie, que atraviesa fronteras, lenguas y culturas, parece que el término 'apropiación cultural' sería un oxímoron. De hecho, ha sido utilizado a menudo a la ligera; por ejemplo, para el caso de un chef británico que pretendió hacer una paella en una cazuela de vidrio. Sin embargo, su pertinencia es, a veces, poco discutible: hay cada vez más voces que defienden que los museos de los antiguos países coloniales, como Gran Bretaña, tienen que devolver a sus lugares de origen las piezas robadas mediante guerras y conquistas.

El caso de 'Kanata', la obra de Lepage y el Théâtre du Soleil, es más complejo. Su autor pretendía hacer una denuncia del trato que han sufrido en Canadá las llamadas 'primeras naciones', es decir, la población autóctona que vivía allí antes de la colonización europea. Este trato fue, en efecto, brutal e incluso sádico; una buena muestra es el internamiento forzoso de criaturas "indígenas" en instituciones donde se las asimilaba a la fuerza a la nueva cultura dominante, desarraigándolas de sus familias y villas, y obligándolas a adoptar una nueva religión (la Iglesia católica fue la gran aliada del estado en este genocidio cultural, otro término polémico).

El error de Lepage, según sus críticos, fue querer contar esta historia sin contar con la voz de sus protagonistas, a través de una compañía francesa que no incluye ninguna persona autóctona de Canadá. Ahora bien, tal y como recordó inmediatamente Ariane Mnouchkine, la fundadora y directora del Théâtre du Soleil, esta compañía está formada por actores y actrices de orígenes muy diversos, que proceden de países lastrados por el hambre, la miseria o la guerra. Mnouchkine, nieta de judíos asesinados en Auschwitz, es, en efecto, una gran defensora de la eliminación de las fronteras que impiden entrar en el fuerte europeo a las personas que buscan refugio, y predica con el ejemplo.

Además, la directora del Théâtre du Soleil quiso justificar teóricamente su posición con el argumento de que el arte no se puede "reapropiar" porque no es propiedad de nadie, y que el artista es el paria por excelencia, ya que no se le puede adscribir a ninguna nación, grupo o identidad colectiva.

La escritora Hélène Cixous, autora de la mayoría de las obras puestas en escena por el Théâtre du Soleil, tuvo una reacción más matizada: aunque se sumó a la reivindicación de la libertad artística para tratar cualquier tema, quiso recordar la situación incomparablemente grave, no sólo en Canadá, de las poblaciones "indígenas" que sufrieron la colonización europea, y que han sido esclavizadas, dominadas o incluso exterminadas por los colonizadores, a veces directamente, mediante la guerra, y otras de manera más disimulada, imponiendo estilos de vida, valores y jerarquías que impedían que estos grupos pudieran sobrevivir.

Esto hace que ciertos colectivos, conscientes del sufrimiento que han tenido que soportar sus antepasados, y que en muchos casos aún continúa en forma de discriminaciones y desigualdades enormes, reaccionen con exasperación cuando sienten que incluso en el mundo del arte se les ignora o desprecia. Si bien el artista genial puede ponerse en la piel de cualquier persona -recordemos la famosa frase de Flaubert "Madame Bovary, c'est moi", como si nada separara al escritor burgués, homosexual y refinado, de la adúltera provinciana e ingenua-, hay gestos y actitudes que, en un contexto de dominación todavía reciente o presente, adquieren una gran carga simbólica.

Los símbolos no lo son todo pero son muy relevantes: es por eso que retirar estatuas de conquistadores, trasladar despojos de dictadores o pedir disculpas oficiales por actos de violencia cometidos en otros tiempos y por otros gobernantes tiene su importancia, y no hay que despreciar este tipo de gestos, tal como ha ocurrido últimamente en España.

En cuanto al arte, que bebe de los símbolos, es cierto que sigue otras reglas que las de la vida cotidiana y de la actividad política, pero no por ello está exento del debate ético. El artista también está sometido a la responsabilidad ética y política, y ya sabemos que apelar a la libertad por encima de todo es un argumento propio de partidos y de individuos que no se distinguen precisamente por su observancia de las normas éticas y por su respeto a la libertad ajena.

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