Confinamientos invisibles

No sé qué hubiera sido de mi encierro sin las 'coronaversaciones', por bautizarlas de alguna manera

Maritza García
4 min
Una cuidadora passejant amb una senyora gran per la rambla del Passeig Sant Joan

No sé qué hubiera sido de mi encierro sin las coronaversaciones, por bautizarlas de alguna manera pues, como dice una amiga editora, vienen tiempos estetoscópicos donde será vital escuchar cómo anda la respiración ajena. Yo por lo pronto me puse cómoda en el sillón, me recogí el cabello de la oreja y con la calma de quien se apresta para un ritual, aunque sea telefónico, me acerqué el aparato para escuchar a Yesica.

— Pues qué le cuento, señora, que la otra noche si me cogió la angustia bien feo. No me había pasado, ¿eh? Ni siquiera en lo más duro del confinamiento, ni cuando pasaban en la televisión la avalancha de muertos. Yo dije, mientras esté aquí guardadita, ¿qué me puede pasar? Pero la otra noche ya en la cama a punto de dormirme, me vinieron a la cabeza todas las imágenes de mi vida en Honduras como si fuera una película sin pies ni cabeza y que me empecé a sentir mareada, me faltaba el aire, como si me ahogara, hasta la boca sentía que me hormigueaba. ¿Nunca le ha pasado? A mí sí, cuando estoy nerviosa. Me acordé de las cascadas donde me bañaba. El río. La selva. El bosque. El horno de leña donde cocinábamos. Yo vengo del campo, frontera con Nicaragua y siempre hemos cocinado en horno de leña. Se me vino el olor, tan real que hasta me asusté, porque dicen que cuando a uno le viene un olor sin razón es que a alguien cercano le está pasando algo. Me voy a tranquilizar, dije, no sea que vaya a asustar a mi compañera de habitación y piense que ya me dio el corona y salga en bragas corriendo como loca a pedirme una ambulancia. No se ría. Así es ella. Muy asustadiza. La pobre está embarazada, también es de Honduras y la ha pasado fatal. Vomitando todo el confinamiento, para colmo la agencia la envió al ERTE y todavía no ha cobrado nada. ¿Por qué le contaba todo esto? Ah, ya. Le decía que la otra noche me llegó la angustia. Me puse a pensar en mis hijas que no las veo desde que me vine a vivir a Barcelona en 2008. Las dejé pequeñitas. Ya son grandes y lo que me duele es que ya no me ven como su madre y ahora pienso cómo las voy a recuperar. Y de golpe todos los recuerdos: Cuando me casé, cuando nacieron mis hijas, cuando me despedí de ellas para venirme para acá. La zozobra de pensar que algún día iba a llegar la Mara Salvatrucha y con amenazas te quita tu casa, como le pasó a mis primas. Llegaron varios hombres armados y la sacaron de su casa. Así hacen cuando les gusta una casa nomás llegan y te dan unas horas para salir. No puedes hacer nada. Nosotros la verdad aunque viviendo del campo no pasábamos hambre, pero era la violencia, señora, lo que ya no aguantábamos, tenía uno que cuidarse de los delincuentes y de la policía porque si uno se ponía a vender en la calle sin permiso, le quitaban la mercancía y encima teníamos que pagar la multa. Un día a mi mamá le quitaron toda la mercancía y a empezar de nuevo. Siempre haciendo malabares para sobrevivir hasta que un día me mataron a mi papá. Le dieron un balazo. Nunca se supo quien fue. Me harté y dije me largo. Hace doce años cogí un vuelo para Barcelona y aquí estoy. Vivimos seis en este piso de Hospitalet, excepto mi cuñada. ¡Uy! Esa está bien jodida. No la tienen confinada sino encarcelada, digo yo. Desde el trece de marzo no la dejan salir más que a tirar la basura. Sus patrones le dijeron que si quería conservar el trabajo cuidando a dos abuelitos tenía que confinarse con ellos. Trabaja de lunes a lunes 16 horas diarias. Ni un solo día libre le dan. No tiene papeles y le pagan 800 euros al mes. Ya no aguanta la muchacha. Al menos tienes trabajo, le digo, porque a como van las cosas a lo mejor me toca regresar a esas andadas. ¿Si me escucha? Le decía que estuve años de interna pero me cansé porque sólo me daban un sábado libre cada dos semanas. Yo aguantaba por los papeles. Al principio lo soporté porque dije, tengo casa y comida y todo lo que ahorro lo mandaba a Honduras para mis hijas y mi mamá, pero ya después sentía que me ahogaba, sin poder salir. Nunca he sido fiestera, pero me gustaba salir los sábados a bailar, ahí dejaba yo todas mis preocupaciones. Me gustaba ir a los bares del Port Olímpic. Para mí era lo máximo cuando sonaba el merengue. Dice mi prima, porque si le conté que tengo una prima aquí ¿verdad? Dice que en la pista me transformo en Jeniffer López. Es que se siente bien guay, como dicen aquí, eso de ir bajando suavecito la cadera hasta casi llegar al suelo y luego pa’ arriba poquito a poco meneando con ritmo. Verdad de Dios que ya con eso podía sobrevivir la semana. Se lo juro. Salía renovada. ¡Nuevecita! Y con harta paciencia para aguantar a los niños que cuidaba o los yayitos, que la verdad casi todos los abuelitos son tranquilos, pero madre mía, había unos bien tercos. Pues eso, señora, le soy sincera, a mí esto del coronavirus no me había dado miedo hasta ayer que pensé: Si me coge el maldito virus y no vuelvo a ver a mis hijas nunca más. ¿Se imagina?

Escucho a Yesica, quien me pide que use éste y no su verdadero nombre y pienso en las muchas trabajadoras del hogar inmigrantes que saldrán del confinamiento epidemiológico, pero seguirán atrapadas en esas condiciones de confinamiento laboral del que poco se habla y que permanece invisible como el polvo que se esconde debajo de la alfombra.

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