La ley incumplida del Gobierno español

El Gobierno se presenta como incondicional cancerbero de la ley pero es una posición retórica

Manuel Rivas
4 min

De la novela Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, se hizo célebre la pregunta que lanza un personaje, el joven periodista Zavala: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Es una interpelación con la que nos identificamos, que hacemos propia, porque el Perú adquiere un sentido local y universal. A todos se nos ha jodido el Perú, nuestro Perú, en algún momento.

Días atrás, yo estuve en una catedral y me vino a la cabeza esa pregunta de Zavalita. Claro que el escenario no tenía nada que ver, salvo la homonimia. La Catedral de la novela es un bar. Donde yo me encontraba era en la gran catedral primada de Toledo. Una maravilla arquitectónica y artística. También, en el sentido histórico, un epicentro del nacional catolicismo español. Las sillerías del extraordinario coro, labradas en madera de nogal, representan una película de guerra ‘fundacional’: la de la conquista del reino de Granada. Detrás de cada respaldo, podemos ver el nombre y la iconografía de una batalla. Se fueron labrando conforme avanzaba la campaña.

En la catedral, en lugar destacado, hay una placa mucho más reciente, colocada con motivo de una misa celebrada el 28 de mayo de 1990, con asistencia del rey Juan Carlos I, y en la que se conmemoraba el III Concilio de Toledo, el de la unidad católica: “Al Señor de los Ejércitos, gloria, alabanza y honor”.

Pero mi propósito ese día era visitar una exposición que se muestra en la propia catedral. La dedicada al cardenal Cisneros, a los cinco siglos de su muerte (1517-2017), y que en los informativos de TVE fue presentado como “el religioso más influyente de la historia de España”. Confieso que esa afirmación tan apodíctica me dejó algo perplejo. Pensé en ese momento en Teresa de Jesús y en el propio Juan de la Cruz, también tan relacionados con Toledo, pero, en fin, allí estaba el gran cartel de la magna exposición que inauguró en persona Felipe VI: Cisneros, Arquetipo de Virtudes, Espejo de Prelados. El texto de panel que abre la muestra comienza así y en grandes caracteres: “De la larga historia de España todo el mundo coincide en destacar el reinado de los Reyes Católicos como el período más fructífero, y que es recibido con mayor simpatía y entusiasmo”.

Me interesaba todo, lo que se veía y lo que no se veía, pero tenía especial interés en cómo se reflejaría la expulsión de los judíos. Por fin encontré, en lugar muy discreto, y sin más información, el edicto firmado por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492. A su lado, y también sin contextualizar, una estampa de la Crucifixión del Santo Inocente Niño de la Guardia. Este hecho falso, una fake news tramada en las “oficinas” del Santo Oficio, tuvo terribles consecuencias: los judíos acusados de algo que nunca sucedió, el secuestro y crucifixión ritual de un niño cristiano, serían torturados y quemados vivos en Ávila en noviembre de 1491. Esta invención perversa alimentó una histérica campaña anti-judía, la atmósfera perfecta para pocos meses después proceder a la expulsión.

Ha pasado mucho tiempo. Pero está claro que algo muy grande se jodió, una grave avería histórica, justo cuando se ponían en marcha los engranajes para la maquinaria pesada de construcción de un Estado uniforme.

Me interesa mucho esa época, ¿y a quién no?, y habrá interpretaciones distintas sobre la personalidad de Cisneros, que, además de confesor de Isabel e Inquisidor general, fue impulsor de la Biblia políglota y fundador de la universidad de Alcalá. Pero me causa cierta perplejidad que se difunda de forma acrítica, e incluso triunfal, esa “memoria histórica”, mientras desde los poderes imperantes en el Estado de hoy se desdeña y menosprecia la “memoria histórica” de la lucha por las libertades, de las experiencias republicanas, de esos viveros de federalismo, laicismo, igualdad de géneros y justicia social.

El actual Gobierno español se presenta como incondicional cancerbero de la ley y garante del Estado de Derecho: “Como no podía ser de otra forma”. Pero es una posición retórica, no pocas veces incumplida. Una excepción grave es la que se perpetra con la ley de Memoria Histórica, aprobada por el Congreso. El propio presidente, señor Rajoy, hace dos semanas, se refirió con desdén al nomenclátor democrático de Pontevedra, donde la calle que llevaba el nombre de un golpista y gerifalte de la dictadura pasó a ser llamada Rosalía de Castro, la poeta que se comprometió con el primer republicanismo federal. Rajoy hizo chufla del cambio y aseguró que él seguiría con el antiguo nombre. Este episodio ocurrió… ¡en Costa de Marfil! El presidente del Gobierno español estaba allí para visitar la patrullera de altura Infanta Cristina.

No es una invención cómica. Este tipo de avería sectaria de la memoria tiene mucho que ver con nuestro futuro. La memoria democrática nutre el entendimiento. Y es más fácil, puedo asegurarlo, encontrar espacios comunes, compartir identidades, y hasta quererse un poco, en una calle que se llame Rosalía de Castro.

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