Del libro a las vacunas: luz en la pandemia

Las vacunas demuestran que cuando se ponen dinero y voluntades hay instrumentos para ir lejos

Josep Ramoneda
3 min
CHRIS WARE / GETTY

1. Lectura. Una de las buenas noticias –que también las hay– de este año complicado ha sido la resistencia del libro de papel. Parecía destinado a ser tragado por la edición digital y de momento aguanta. En una situación extrema como el confinamiento total de marzo mucha gente se lo hizo llevar a casa. Cuando han vuelto las librerías, se ha demostrado que había ganas. La resistencia del libro es admirable, casi como si fuera una forma tan perfecta como la rueda. En el aislamiento, en la repetición, en el desasosiego que ha ido calando mientras la pandemia crecía, el libro ha vuelto a ser refugio, tiempo de quietud y de estar con un mismo acompañado por la ficción, por el pensamiento, por el entretenimiento, conexiones que traspasan las paredes de casa gracias a la imaginación, a la sensibilidad, a la curiosidad. Es precisamente lo que nos diferencia de los robots humanoides que, como decía Ricard Solé en este mismo diario, no tienen “ninguna intención o curiosidad para entender el mundo que los rodea”. El libro, pues, como modesto icono de una humanidad que continúa. ¿Qué tiene el libro en papel que no tenga el libro electrónico? Probablemente tiene que ver con las fragilidades humanas: el valor de lo que es tangible. Y en momentos de distanciamiento, tocar un libro, ponértelo en el regazo, puede ser casi una sublimación de las caricias que faltan.

2. Reconocimiento. Si la medicina clínica ha tenido dificultades para afrontar la pandemia, en parte por decisiones políticas que la han debilitado en los últimos años, de la investigación viene una gran noticia: las vacunas han llegado en un tiempo récord y demuestran que cuando se pone dinero y voluntades hay instrumentos para ir lejos. Y capacidad de avanzar sin extraviarnos. Si algo hemos constatado estos días es la desgracia de ser condenado a la soledad que han sufrido los enfermos graves pero también la gente que ha tenido que sobrevivir aislada. Por lo tanto, desconfinemos el futuro pero hagámoslo desde nuestra complejidad y no desde la fría simplicidad de la cultura de los datos, en la que en nombre de la estadística toda singularidad pierde el rostro. Lo que es un instrumento de conocimiento útil no se puede convertir en fuente de legitimidad de las decisiones que se toman, porque va contra la más esencial de las necesidades humanas: el reconocimiento. En una palabra: ha faltado cultura de los cuidados. Y, en consecuencia, se ha limitado toda estrategia al golpe de autoridad, amparado en el miedo. Precisamente porque hemos sufrido una prueba acelerada de nuestra vulnerabilidad, hay que construir mecanismos de confianza. Y esto es lo que ha fallado casi por todas partes. Decía el epidemiólogo Adam Kucharski que “el mundo se dividirá en dos mitades según como cada país haya sabido controlar la pandemia”. De momento, la división es alarmante: gana China.

No volveremos al pasado sino a lo que seamos capaces de construir. Habrá, sin duda, cambios en la organización social y probablemente el teletrabajo y otras formas de traslado de la vida colectiva al espacio digital irán a más. Aun así, no nos olvidemos de la condición humana. La euforia ya empieza a decaer y cada día me encuentro a alguien que me dice que ya no aguanta más trabajando a distancia: que lo que se podría resolver en dos palabras ahora exige un montón de mensajes, que ver a la gente es indispensable, que el contacto hace avanzar y que es difícil crear complicidades en lejanía. Cara a cara las tensiones pueden ser grandes pero las complicidades también crecen, y los humanos estamos hechos de sensaciones y de relaciones. Todo cambia, ciertamente. Y el poder de los instrumentos puede desbordar fácilmente la autonomía de los individuos. Pero somos humanos y los hay que todavía queremos leer libros en papel y que pensamos que nos tenemos que reencontrar para evitar lo peor. Nos han quitado libertades por una causa superior y nos las tienen que devolver enteras. No tengo la más mínima empatía con los antivacunas, me parece una exhibición de ignorancia, pero me estremece que se diga que se hará un registro de los que no se quieren vacunar. ¿Esto es lo que nos espera en el mundo pospandemia? ¿Y nadie protesta?

stats