APUNTES AL NATURAL

En la encrucijada de dos crisis

Ninguna fuerza política llega sobrada a las elecciones catalanas

Josep Ramoneda
3 min
Salvador Illa, ministre de Sanitat.

1. Arbitrariedad. Nada sustancial ha cambiado desde el 27 de diciembre, cuando se empezó a vacunar en Europa. Y aun así las dudas vuelven a empapelar los escenarios. Aquí y fuera de aquí, unos gobernantes con ganas de dar buenas noticias generaron expectativas sobre la vacunación que no se correspondían con los planes para hacerla efectiva, ni con las complejidades del suministro, ni con la capacidad del sistema sanitario. Pero pedir calma no es fácil cuando los duros datos del paro y de los ERTE siembran todo tipo de dudas sobre la recuperación, y algunos sectores, ya seriamente tocados, ven cómo las nuevas restricciones vuelven a caer sobre ellos, sin acabar de entender que los centros comerciales o las librerías sean menos esenciales y más peligrosas que las tiendas de coches o los espacios de jardinería. La sensación de arbitrariedad siempre es inquietante, pero más todavía en una situación de crisis sanitaria, económica y psicológica que aumenta las distorsiones y las desigualdades que ya venían de antes de la pandemia.

Pocos son los que pueden dar lecciones en la gestión de esta crisis, que acaba atrapando a todo el mundo. Pero en el caso de Catalunya le ha tocado a un gobierno exhausto, que arrastraba la resaca de una durísima crisis después de la confrontación con el Estado de octubre de 2017. Un gobierno que va justo de autoridad, porque entre las trampas de la política está que resulta muy difícil, incluso en los momentos más convulsos, dejar de tener presentes los intereses de grupo en la práctica gubernamental. Y las zancadillas entre los dos socios de coalición han llegado a ser vergonzosas. Si en la primera fase de la pandemia se funcionó todavía con el eterno recurso de echar todas las culpas a Madrid, ahora en vigilias electorales se las echan abiertamente entre ellos. De forma que los socialistas han visto la posibilidad de que pueda haber movimientos de fondo en las urnas. Sin ningún pudor, en plena pandemia, han quitado al ministro Illa de Sanidad con la esperanza de hacerse necesarios en la futura gobernabilidad del país.

2. Independencia y pandemia. Pero más allá de las maniobras partidistas hay un hecho que hace especialmente importantes estas elecciones: los ciudadanos son convocados a dar su opinión después de dos crisis de envergadura: la política (el choque con el Estado, la represión) y la sanitaria. Por lo tanto, se trata de elegir un Parlament y formar un gobierno que tendrán que canalizar el futuro inmediato del país, afrontando las transformaciones del modelo económico y social que emergerán de la salida de la pandemia, y creando las condiciones para que el conflicto institucional vuelva a la política, de donde no tenía que haber salido nunca.

Ninguna fuerza política llega sobrada a este momento. El envite del 2017 se acabó cuando el Estado impuso su fuerza, sin que nadie consiguiera una hegemonía ideológica indiscutible. Han pasado tres años, el independentismo tiene que asumir que se equivocó en la evaluación de fuerzas y que es imposible una ruptura unilateral sin una mayoría social muy amplia, una capacidad coercitiva (empezando por la policía y los juzgados), un poder insurreccional, un apoyo de amplios sectores del poder económico y una tutela internacional, al menos de alguna de las grandes potencias. Sin ninguna de estas condiciones, no se supo frenar a tiempo y consolidar el capital acumulado, que era importante pero lejos de ser suficiente. El gobierno español tiró por la vía judicial para ahogar la crisis. Y, en cierto sentido, lo consiguió pero a costa de aumentar los agravios y de marcar Catalunya como territorio apache.

Las elecciones marcan un cambio de etapa. Todas las partes tendrían que saber leer lo que pasó. Y reconocer en qué se equivocaron. “En Catalunya, todos hemos cometido errores”, dice Sánchez. Y tiene razón. Pero es el primero que lo dice, y no basta con decirlo, hay que obrar en consecuencia. Y este es el marco de unas elecciones catalanas en las que será curioso ver la respuesta del electorado al estancamiento. Qué pesará más: ¿las fidelidades patrióticas, el malestar y el desencanto o las urgencias económicas y sociales? ¿Y quién será más creíble en un momento de desconfianza y enfado?

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