Nacionalismo y cinismo

Ciudadanos coloca en el frontispicio de su programa reespañolizar Cataluña y nadie se escandaliza

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1. ESTADO. "El nacionalismo es veneno", dice el inefable Juncker en entrevista al diario El País. No me es difícil estar de acuerdo con él: siempre he pensado que son peligrosas las ideologías que se fundan en una realidad trascendental, por encima de la conciencia individual de los humanos, sea Dios, la patria o la ley superior de la naturaleza o de la historia. Es evidente que convertir la nación en un ente que rebasa la voluntad de los ciudadanos que la componen y hacer de ella un criterio de demarcación –los nuestros y los otros– es un juego peligroso que requiere tener despierto el sentido crítico para no verse atrapado en la creencia que antepone las naciones a las personas.

Pero si aceptamos la sentencia que dice que el nacionalismo es un veneno, es decir, que lleva en sí mismo un germen peligroso y debemos estar alerta, eso debe valer para todos los nacionalismos. Y esta es la gran trampa del discurso que se dedica a anatematizar al nacionalismo catalán: ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. ¿Por qué lo que vale para criticar al nacionalismo catalán no vale cuando se habla del nacionalismo español o del nacionalismo francés, por ejemplo? Emmanuel Macron llega al poder, y para legitimar su insólita perfomance y convertir la victoria en hegemonía se descuelga con una relectura a medida de la historia de Francia. Y nadie pone el grito en el cielo. Cuando José María Aznar dio a la derecha española el proyecto político que no tenía y que le permitió recuperar el poder tras una larga travesía del desierto para purgar sus complicidades con el franquismo, lo hizo con un discurso nacionalista sin rodeos (revestido de doctrinarismo neoliberal) y logró restaurar la hegemonía conservadora en España.

El mismo Juncker, que va repitiendo jaculatorias contra el peligro nacionalista cuando se le pregunta por Cataluña, no ha hecho nada para conseguir que los dos nacionalismos más desbocados que hay en Europa, los que gobiernan Polonia y Hungría, respeten los principios y valores fundacionales de la Unión. ¿Por qué? La respuesta la da el mismo Juncker en la entrevista: "Europa es un club de naciones y no acepto que las regiones vayan contra las naciones". Dicho de otro modo, el nacionalismo catalán es pérfido porque no tiene estado. Si lo tuviera, nadie lo cuestionaría.

2. TRAMPAS. A partir de aquí todas las trampas del debate están servidas. Se acusa al nacionalismo catalán de haber construido una hegemonía cultural a través de la escuela y los medios de comunicación. ¿Y qué ha hecho el nacionalismo francés desde la Revolución? ¿Y el español, aunque con menos éxito, porque no ha conseguido el objetivo de homogeneizar culturalmente el territorio?

Cuando Ciudadanos coloca en el frontispicio de su programa reespañolizar Cataluña nadie se escandaliza, cuando Wert lanza una política educativa renacionalizadora, tampoco. La cuestión no es el nacionalismo sino tener estado o no tenerlo. Y no olvidemos que las grandes atrocidades en Europa las han cometido, obviamente, los nacionalismos con estado, no los que no lo tienen.

Todos sabemos que el ser humano se caracteriza por construir ficciones y creérselas, según la formulación de Yuval Noah Harari. Que estas ficciones le han servido para cooperar y progresar es cierto, pero también para la confrontación y la guerra. Por ello, si queremos sociedades libres es importante que nada escape a la criba de la crítica. El nacionalismo tampoco. Decía Jordi Pujol: "No somos un país cualquiera". Todo un eslogan del supremacismo nacionalista. Pero ¿es que el nacionalismo español o el francés no creen también que su país no es uno cualquiera?

Combatir al nacionalismo catalán desde la omisión del nacionalismo español es un ejercicio de cinismo. Y una garantía de incomprensión de lo que ocurre en Cataluña, entre otras cosas porque el independentismo abarca bastante más que el nacionalismo. Escandalizarse porque el soberanismo busca la hegemonía ideológica es ridículo. ¿Alguien me sabe explicar un cambio político de envergadura que no haya ido precedido de una transformación cultural e ideológica? ¿Por qué Aznar es el político más importante que ha tenido la derecha española? Porque supo construir una hegemonía nacional conservadora como plataforma para acceder al poder, gobernó desde ella y aún dura, a pesar de la dejadez de su repudiado heredero.

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