Desde la libertad (4)

Ahora tenemos un gran reto: convertir todo este dolor vivido en un nuevo activo social

Jordi Sànchez
3 min
Des de la llibertat (4)

Si hacemos caso a lo que dicen los medios de comunicación, esta puede ser la última carta desde la prisión. Incluso puede que cuando se publique el Tribunal Supremo ya haya levantado las órdenes de prisión incondicional. O puede que no. Por eso hay que ser prudente y no confundir la gran ilusión con el hecho de tener muchas expectativas en la salida inminente de la prisión. La primera ayuda a llevar mejor el día a día, pero la segunda te puede hundir en el desánimo si no se cumple. Más o menos, es como la vida: cuanta más ilusión mejor, y la vida más te sonríe, pero expectativas, las mínimas y razonables.

Es indudable que la respuesta del Estado al referéndum y la posterior declaración de independencia ha tenido un notable impacto en todos nosotros. La dureza policial nos indignó. Cada una de las imágenes con los policías golpeando y maltratando a ciudadanos que querían votar nos irritaba y nos dolía. Ese día transitamos colectivamente de la sonrisa de nuestra revuelta cívica al gesto contenido de la indignación ciudadana. Pero las órdenes de encarcelamiento del 16 de octubre y el 2 de noviembre y el refugio obligado del presidente Puigdemont y cuatro consellers en Bruselas provocó en mucha gente el tráfico de la indignación a la tristeza, al dolor.

Una tristeza y una inquietud que no eran exclusivas de familiares y amigos de presos y de los que buscan refugio en Bruselas. No. Era y es una tristeza ampliamente socializada. Una desazón que se apoderaba de una parte de la sociedad catalana y nos envolvía en un leve velo de malestar colectivo.

Desde la prisión lo he percibido a través de las miles de palabras de las cartas recibidas. Y todos vosotros seguro que también lo habéis percibido, si no personalmente, en vuestro entorno familiar o laboral. Muchos me decís que una tristeza se ha apoderado de todas las manifestaciones que desde el 16 de octubre protagonizamos. La luminosidad de las velas y la blancura de los móviles aquel 11 de noviembre proyectaban solidaridad y ansias de libertad pero rezumaban tristeza.

La gente en las cartas me dice que les cuesta conciliar el sueño, que no tienen ganas de ir al cine ni de ir al teatro. Incluso me dicen que se sienten mal por estar en libertad disfrutando de la normalidad diaria (trabajo, familia, amigos...) mientras nosotros estamos en la cárcel o en Bruselas. Y mucha más gente me dice que ha llorado y aún lo hace a menudo cuando piensa en nosotros o en nuestros familiares.

Estos dos meses no han dejado indiferente a nadie. Y seguro que hoy la sociedad catalana es más consciente del significado y el sentimiento de la solidaridad y el dolor porque lo hemos expresado conjuntamente, sin vergüenza y sin miedo, cientos y cientos de miles de ciudadanos. Hoy somos muchos más y más cohesionados los que nos sentimos pueblo. Y eso es positivo.

Pero ahora tenemos un gran reto; convertir todo ese dolor en un nuevo activo social. De poco nos servirá el dolor vivido si no lo transformamos colectivamente en fuente de renovada ilusión.

Es el momento de recuperar la sonrisa, lo mismo que nos había hecho tan fuertes desde el 2012. La tristeza colectiva -inevitable en situaciones de shock como las vividas- no puede ni debe durar más tiempo. Nadie debe sentirse culpable si continuamos en la cárcel o el exilio. Toca lucir la mejor de las sonrisas de nuevo, recuperar la ilusión y disponernos a seguir haciendo historia en la conquista de nuestra libertad.

El trabajo que hay que hacer sigue siendo ingente. Ahora es el momento histórico de continuar mostrando a todos los que lo quieran ver que seguimos determinados y con la misma voluntad democrática para ganar la independencia. Por eso tenemso que ponernos las mejores galas de que seamos capaces. Sonrisa, ilusión y compromiso que os invito a inaugurar. Y el 21-D tenemos la segunda cita. En las urnas, en unas elecciones convocadas ilegítimamente pero que no rehuiremos porque un demócrata nunca rehuye las urnas.

Que nadie piense que ya lo ha hecho todo, que está cansado, que ya no hay nada que hacer. En la construcción de un país nunca se puede decir que está todo hecho. La nación es un plebiscito permanente. Todo el mundo está convocado y todos somos necesarios. Ahora es el momento de convertir el dolor en ilusión y proyectar de nuevo hacia la historia. Y con la mejor de nuestras sonrisas. Luz en los ojos y fuerza en el brazo. ¡Vamos!

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