Mirar a Escocia para entender el independentismo catalán

Los porcentajes de las encuestas se pueden revertir aunque en algún momento parezcan inexorables

Joan Esculies
4 min
Nicola Sturgeon, primera ministra escocesa, als afores del parlament escocès l'11 de desembre de 2019, el dia abans de les eleccions que donarien la victòria a Boris Johnson

En Escocia, según las encuestas, el porcentaje medio a favor y en contra de la independencia es inverso al que dieron los resultados del referéndum de septiembre de 2014 –44% a favor y 55% en contra—. En la última, de Ipsos MORI para el canal escocés STV, el sí a la independencia llega al 58% y desde finales de marzo, según el semanario norteamericano Politico, no ha aparecido ningún sondeo en el que no se impusiera: la gestión de la pandemia del gobierno de Nicola Sturgeon frente a la de Boris Johnson ha impulsado el independentismo. ¿Conseguirá Escocia, sin embargo, constituirse en estado?

Las próximas elecciones escocesas serán en mayo de 2021. La líder del Partido Nacional Escocés (SNP) y primera ministra quiere un resultado contundente para cargarse de razón y pedir un segundo referéndum con el argumento de que las condiciones respecto al anterior han cambiado a raíz del Brexit. Sturgeon tiene mucha prédica. En una conversación en Escocia quien la critica enseguida es sospechoso de unionista. Por otro lado, la generación de votantes laboristas que convirtieron el SNP en el dominador de la política local de los últimos catorce años pero que recelaban de la separación se ha hecho mayor. El votante más joven, según perfila el semanario británico The New European, es muy fiel a la primera ministra —sobre todo las mujeres—, tiene más formación y no teme la incertidumbre de la secesión en un mundo ya de por sí incierto.

El thatcherista Johnson ha adelantado, sin embargo, que no imitará al desdichado David Cameron y no concederá ningún referéndum. Al contrario, tiene encima de la mesa un documento para clarificar los poderes otorgados con la Devolution y resolver trabas legales del mercado interior que quedarán a cuerpo descubierto sin el amparo de las leyes europeas. La medida podría recortar competencias escocesas con consecuencias inciertas o abrir camino a la unión federal con una Inglaterra con poderes autónomos como planteaba la revista londinense Prospect en agosto.

Frente a esto, en el SNP han aflorado viejas disidencias y se han añadido las de los que piensan que la vieja guardia ya tuvo su oportunidad y falló, como sugería el analista escocés Chris Deerin en el semanario New Statesman al empezar el año. Y es que, con su crecimiento, el partido ha incorporado diputados inexpertos, pero con mucha prisa por asumir cuotas de poder. Estos sectores acusan a Sturgeon de dirigir el partido desde un núcleo cerrado, de burocratizar el movimiento independentista y de moderada. Proponen que las cortes escocesas o de la Unión Europea amparen un referéndum no vinculante y usar el resultado para presionar a Westminster. Como la vía es improbable, hay quienes apuestan para celebrar un referéndum en la catalana.

Este sector más expeditivo ha llegado a plantear la necesidad de crear estructuras fuera del control del SNP para presionarlo –en parte inspiradas en la Assemblea Nacional Catalana– y hace ya meses que se habla de la creación de un nuevo partido encabezado por Alex Salmond. En marzo el ex primer ministro fue absuelto de los cargos de acoso sexual que habían presentado una docena de mujeres vinculadas al partido y en el gobierno. Ahora Salmond –que no niega “errores” de comportamiento– prepara unas memorias en las que señala a su pupila Sturgeon y a su marido y dirigente del SNP, Peter Murrell, de “inventar deliberadamente con propósitos políticos” estas acusaciones para retirarlo definitivamente.

Una de las figuras en sintonía con Salmond y crítica con las directrices del partido es la popular Joanna Cherry. La portavoz en la Cámara de los comunes, que ha lucido en ocasiones el lazo amarillo, defiende olvidar el Brexit y Londres y centrarse en el Parlamento escocés. Todo ello –junto con una iniciativa llamada Alianza por la Independencia, que quiere reunir los diminutos partidos independentistas alternativos al SNP– dibuja un horizonte interno muy complejo para el movimiento separatista justo cuando los porcentajes a favor del sí suben.

Los nacionalismos sin estado a menudo se comparan con otros nacionalismos subestatales para convencer a los suyos que una determinada línea estratégica es válida para lograr un objetivo, explicarse hacia adentro e insuflar ánimo dando por sentado que si otros pueden lograr determinados estadios ellos también. El interés no va mucho más allá. Una mirada del independentismo catalán más profunda, sin embargo, a la política menuda escocesa puede ser útil para comprender las consecuencias de las ambiciones personales y de poner en marcha políticas poco realistas o a destiempo como quizás el referéndum del 2014.

A pesar de que el SNP mantiene relación con el Partido Quebequés no parece que este advirtiera a Salmond, como al presidente Artur Mas, que se asegurara de pedir un referéndum cuando estuviera seguro de ganar. Quien desde la atalaya desaconsejaba a los independentistas catalanes una consulta ilegal entonces puede también mirar qué panorama –ni independencia, ni más autogobierno– podría quedar en Escocia después de una batalla mal planteada. Como el ejemplo quebequés demostró a unos y otros, los porcentajes pro sí de las encuestas se pueden revertir, aunque un día parezca que marcan un camino inexorable.

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