Las prisas del PSC

¿Tan volátil, tan inconsistente es el 'efecto Illa', que se disipa en tres meses y medio?

Joan B. Culla
3 min
Fotografia d'arxiu de Salvador Illa, durant la nit electoral del 10N de 2019

Desde del momento en el que, el pasado 30 de diciembre, saltó la noticia del relevo de Miquel Iceta por Salvador Illa como presidenciable del PSC a la Generalitat, se puso en marcha una calculada operación discursiva y mediática. De repente, y contra aquello sostenido hasta la vigilia, Iceta era el pasado, el déjà-vu, un valor amortizado, y Salvador Illa emergía como alguien predestinado desde siempre a presidir la Generalitat; como la apuesta de futuro, fresca e innovadora, que devolvería no tan solo el PSC al poder, sino Catalunya a la feliz y eficaz gobernanza que el infausto Procés ha destrozado.

Enseguida aparecieron artículos de opinión según los cuales “da la sensación de que el efecto Illa crece día tras día”; y veteranos compañeros de viaje del socialismo catalán que se habían apartado decepcionados se mostraron de nuevo esperanzados. Y la prensa más amiga se apresuró a publicar encuestas según las cuales, milagrosamente, el simple anuncio de la candidatura de Illa catapultaba el PSC a presunto ganador de las elecciones entonces previstas para el 14 de febrero. Vaya, de un día para otro pareció como si Salvador Illa Roca fuera el John Fitzgerald Kennedy catalán, el formidable revulsivo, el punto de inflexión, la gran esperanza blanca que más de media Catalunya había estado anhelando.

Aun así –y sea dicho con todos los respetos personales– el señor Illa no es John F. Kennedy. Hasta hace un año justo, aparecía más bien como un apparáchik crucial pero discreto, el jefe de máquinas del partido, especialista en declaraciones de sábado y domingo..., porque bien había que darle a Iceta algún descanso. Del punto de vista de las ideas, no se le conoce ninguna veleidad soberanista, ni consultista (me refiero a aquello que propugnó el PSC en tiempos de Pere Navarro), ni canadiense, ni nada. Representante de su partido en la manifestación españolista del 8 de octubre de 2017 (bajo un lema tan “federalista” como Catalunya és Espanya), se mostró, hasta donde sabemos, partidario sin reservas de la aplicación del artículo 155, y su universo socio-ideológico queda muy dibujado en la espléndida pieza «“Los Hermanos”: els homes de Salvador Illa al PSC», que este diario publicó premonitoriamente el pasado 28 de diciembre.

Fue con este perfil y en calidad de cuota socialista catalana que Pedro Sánchez lo hizo, el 13 de enero de 2020, titular de la cartera de Sanidad, un ministerio casi vacío de competencias y, por lo tanto, de buen compatibilizar con la secretaría de organización del PSC, que Illa conservaba. Pero entonces irrumpió el covid; e, inopinadamente, el ministro Illa adquirió una presencia televisiva casi permanente, y fue capaz de mostrarse sereno y flegmático, y de evitar meteduras de pata en la comunicación gubernamental sobre la pandemia. Atribuirle éxitos de gestión no tendría sentido, porque ningún gobierno europeo puede reivindicarlos; todos han ido a remolque de los acontecimientos, y ninguno ha encontrado la fórmula para cortar la expansión del virus.

Pues bien, según todas las fuentes fue esta enorme visibilidad mediática de Salvador Illa a lo largo del año 2020 el factor que decidió a la Moncloa y la calle Pallars a erigirlo en cabeza de cartel para las elecciones catalanas. Y fue esta misma y descarnada lógica –la de pasarle el rastrillo a la cuota de pantalla– la que llevó al nuevo candidato a anunciar que no dejaría el ministerio hasta dos semanas antes de los comicios.

En este contexto, ha tenido lugar el aplazamiento electoral. No sabría decir si necesario o no, porque este alud entre informativa y retórica sobre picos, oleadas, colapsos, índices y modelos matemáticos me supera; pero un aplazamiento aceptado por todos los partidos... con la notoria excepción del PSC, que ve una maniobra para desactivar el efecto Illa. Y es este argumento, más que las reticencias a posponer el voto hasta el 30 de mayo, aquello que dispara mi estupefacción.

Porque, a ver: si el exalcalde de la Roca del Vallès es el taumaturgo, el galvanizador, el JFK del voto socialista decaído, aquel que hará volver al redil a los viejos electores –los que todavía votarían a Felipe, si pudieran– seducidos en 2017 por Ciudadanos, ¿esto habría funcionado el 14-F y no lo hará el 30-M? ¿Tan volátil, tan inconsistente es el efecto Illa, que se disipa en tres meses y medio? Tres meses y medio a lo largo de los que Illa seguirá de ministro y, por lo tanto, saliendo continuamente por televisión.

Lamento decirlo, pero la pataleta del PSC alrededor del aplazamiento me parece más un síntoma de inseguridad que la actitud propia de quien se pretende winner. ¿Qué temen que pase, entre mediados de febrero y el final de mayo? ¿Que Ciudadanos se rehaga un poco con alguno otro fichaje “estelar”? ¿O que el curso de la pandemia siga descontrolado, y entonces haber puesto de cabeza de lista al máximo responsable de la sanidad se convierta en un bumerán? Ciertamente, quien juega con fuego se puede quemar.

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