También en el odio hay clases

El odio se ha convertido en la consigna del unionismo, tanto el de la calle como el institucional

Joan B. Culla
4 min
També en l’odi hi ha classes

HistoriadorFue el jueves 28 de septiembre, a las ocho de la mañana, en la estación de metro de Liceu. Un individuo de mediana edad al que no conocía de nada y que bajaba del mismo vagón que yo se me acercó y me increpó: "¡Anda, te estás haciendo rico, eh!" Cuando le pregunté con sarcasmo si a él el ministerio del Interior no le pagaba lo bastante bien, me tildó de "fascista" y, además de insistir en eso del enriquecimiento gracias a las fabulosas remuneraciones de TV3 y Catalunya Ràdio, sostuvo que mis intervenciones mediáticas estaban "generando odio".

Claro, como no soy Isabel Coixet, yo no tuve al día siguiente la portada -¡la portada!- de El País para explicar la agresión verbal de que había sido objeto; una agresión tan trivial -o tan significativa- como la que denunció dramáticamente unos días después la acreditada cineasta. De hecho, a la semana siguiente ya dejé de tener, en las páginas de El País, el más mínimo rincón para explicar nada. No obstante, de acuerdo con la recta doctrina constitucionalista son los medios soberanistas -con la radiotelevisión pública a la cabeza- los "asquerosamente sectarios" (según el catedrático emérito de sectarismo Alfonso Guerra); son estos los que habría que cerrar, según sostiene un antiguo paladín de la libertad de expresión por quienes algunos de nosotros nos habíamos manifestado, un tal Albert Boadella. La prensa española y españolista -toda- es, en cambio, un prodigio de pluralismo y de respeto a la discrepancia. Tanto, que el diario del tándem Mauricio Casals-Marhuenda y el de la pareja Cebrián-Antonio Caño (ahora, Monzón-Caño) ya parecen ediciones diferentes de una misma cabecera.

En todo caso, es interesante subrayar cómo, en pocas semanas, esto del odio se ha convertido en la consigna, en el mantra transversal del unionismo, tanto el de la calle como el institucional y el ministerial. Cuando, en el pleno del Ayuntamiento de Lleida, se presentó una moción criticando la actitud del alcalde ante la violencia policial del 1-O, la portavoz del PP y aliada de Àngel Ros habló de "la moción del odio". El ya aludido Alfonso Guerra ha acusado a los maestros catalanes de "fomentar el odio a España". El ministro Zoido -el mismo que asistió en complacido silencio a los cariñosos gritos de "¡A por ellos!" a las puertas de las casas-cuartel- ha imputado al presidente Puigdemont haber "inculcado odio" hacia los agentes policiales desplazados en Cataluña. Vaya, en La Razón alguien afirmaba el otro día que dar flores a los policías es una forma de provocación y de agresión contra los uniformados... Pues ¡qué lástima que el 1 de octubre estos no lo entendieran así y dispersaran a los electores lanzándoles claveles en lugar de pelotas de goma y patadas!

Como todo el mundo sabe, lo contrario del odio es el amor. Y, en efecto, las múltiples expresiones del unionismo destilan amor. ¿Hay algo más amoroso que la señora Cristina Cifuentes tachando a los gobernantes catalanes de "criminales"? ¿O que la multitud rojigualda del pasado domingo gritando incansablemente "¡Puigdemont a prisión!"? ¡Qué muestra de buen rollo, aclamar a los cuerpos policiales que aporrearon a miles y miles de personas el primero de octubre! ¿Y qué me dicen de la cariñosa amenaza de Pablo Casado a Carles Puigdemont de acabar como Companys? Augurar a alguien que puede ser fusilado por el fascismo español, ¿no es la apoteosis de la fraternidad? Esto por no hablar de los insultos dominicales a Pepe Borrell, culpable de hablar en catalán ("un idioma que no entiendo", según algún manifestando venido de fuera) en un acto político en el corazón de Barcelona.

También fue una elección llena de amor y empatía hacia los catalanes la de Mario Vargas Llosa como orador estrella del 8 de octubre, aunque habría tenido aún más éxito si lo hubiera acompañado Isabel Preysler y luego hubieran vendido la exclusiva en la revista ¡Hola! Que el escritor hispano-peruano sea virulentamente contrario a la independencia de Cataluña es totalmente legítimo. Pero conviene recordar que el premio Nobel ya denunciaba "el provincianismo racista del nacionalismo" hace más de un cuarto de siglo, cuando el independentismo era imperceptible y Pujol consensuaba leyes lingüísticas con el PSC. Por poner un ejemplo: en 1993, en el prólogo a un libro de Alejo Vidal-Quadras, don Mario afirmaba que "el miedo y la violencia son componentes inevitables de todo nacionalismo", y esta violencia "incluye desde el sangriento genocidio hasta la, en apariencia, muy benigna 'normalización lingüística". La fobia de Vargas Llosa contra cualquier forma de catalanismo está acreditada desde hace décadas.

En definitiva, lo que pasa es que hay odios de diferentes calidades. Ese que se atribuye a los independentistas es un odio malo, rencoroso y sectario porque quiere romper España. En cambio, el odio que se expresa en brutalidad policial, en la demanda de "hostias como panes" y "cárcel o paredón" para políticos electos, en el desprecio a nuestra lengua, este es odio bueno, porque mira por nuestro bien. He aquí el verdadero problema, y no la declaración de independencia.

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