El provinciano

La 'gauche divine' era tan de derechas como su propio nombre indicaba

Gabi Martínez
3 min

Escritor“Barcelona es provinciana” fue una sentencia que empecé a escuchar a finales de los noventa, cuando comenzaba a asomarme por los círculos culturales de la ciudad. Quizás el apelativo ya se lo hubieran colgado antes pero en mi barrio (La Torrassa, Hospitalet de Llobregat), la gente no decía esas cosas de la Gran Ciudad. “Provinciano” es un término que suele emplearse para señalar a la gente supuestamente corta de miras por permanecer anclada en el típico pensamiento monodireccional y ombliguista que personas aparentemente más sofisticadas asocian al pueblo, a lo rural. Es decir, es un término despectivo, un sinónimo de “paleto”. Y a un chaval de l'Hospitalet le costaba asociar ese adjetivo a Barcelona. Pero ahí estaba una élite de personas cultivadas a las que por entonces concedía mucho crédito atreviéndose a aclararme lo que, decían, era “la Barcelona real”.

Por un lado, aprecié las agallas de aquellos analistas críticos. Por otro, percibí un inquietante desajuste subterráneo. Entendía el propósito de cargar contra cierta “política de tendero” -así la llamaban- aplicada por los governs de entonces; compartía su deslumbramiento por la multiculturalidad de, digamos, Nueva York; y el deseo de que la herencia de los Juegos Olímpicos no se ciñera a una rutina turística, si bien la palabra “provinciano” me seguía pareciendo demasiado impropia para definir a la ciudad.

En cualquier caso, detecté que no pillaba muy bien de qué iba Barcelona. No descarto que ésa fuera una clave para lanzarme a viajar profesionalmente. Soy escritor, y varios de mis libros apuntan al viaje. Indagar en otros pueblos y ciudades me ha ido ofreciendo intuiciones no sólo sobre cómo respira mi ciudad, sino también mi familia y yo mismo. Son ya más de veinte años. Durante los que no he dejado de leer a Unamuno, Rodoreda, Javier Marías, Casavella, Marta Rojals, Jordi Esteva, Puntí o Valle-Inclán, y de escribir en español, observando cómo varias de las personas que antes decían “provincianos” y a las que había seguido con interés, recurrían a palabras cada vez más ofensivas contra Barcelona y buena parte de los catalanes. También me ha permitido comparar realidades, muchas de ellas barcelonesas, y sacar conclusiones sobre el uso del lenguaje.

Así que ahora sé -o he aceptado saber- que la 'gauche divine' era tan de derechas como su propio nombre indicaba, y que llamar a Barcelona “provinciana” triunfó en su día como lamento cómplice entre los que querían más presencia y poder. La lucha entre burgueses que en gran medida determina a Barcelona, y la connivencia de alguna gente “de izquierdas” del ámbito cultural molesta por la corrupción y porque los flujos de protagonismo y dinero no les beneficiaban, convirtió el término “provinciano” en contramarca Barcelona. Algunos de sus promotores decidieron organizarse para insuflar modernidad a la capital catalana, así que montaron un partido político con un líder dispuesto a epatar al provinciano, un chaval barbilampiño que despegó en la arena pública presentándose en pelotas. Toma ya. Mi nombre es Rivera, Albert Rivera.

Pues bien: aquel hipster 'avant la lettre', el higienizador garante de nuestra vanguardia metropolitana, acaba de avalar la candidatura como alcalde de Barcelona de Manuel Valls con el argumento de que es un buen gestor que viene de París. Valls no conoce Barcelona como debe conocerla un alcalde, ni siquiera vive en ella, pero, ¡eh! ¡Que viene de París! Así es la vida. Cuando los regeneradores desnudos se ponen corbata resulta que lo que les desvive es París.

Sigo sin saber si Barcelona es provinciana pero ahora no dudo que en la ciudad hay alguien que lo es. Por cierto: la mitad de mi familia es de pueblo. Tengo amigos que han crecido y siguen viviendo en el campo que detestan el término provinciano... por considerarlo un eufemismo. “Si te quieren llamar 'paleto', que al menos utilicen la palabra exacta”, dijo uno el otro día, antes de proponer que titulara este artículo 'Paleto en pelotas'.

El tiempo rubrica o desmiente tópicos, y aunque algunos alegarán que el independentismo rampante confirma el carácter provinciano no ya de Barcelona sino catalán, hay razones sólidas para discrepar. Pero como se me acaban las líneas, prefiero apuntar a otro lugar común que se desmonta: el del catalán 'garrepa'. Mientras bancos y empresas trasladan sus sedes sociales y algunos proclaman el hundimiento económico catalán, millones de personas siguen votando contra sus finanzas. Serán paletos.

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