Crítica de sèries

'Gambito de dama': la extraordinaria mente femenina de quien todo el mundo se enamora

Anya Taylor-Joy encarna a una crac del ajedrez en la mejor serie de Netflix de la temporada

Eulàlia Iglesias
3 min
La magnètica Anya Taylor-Joy a la sèrie 'Gambito de dama'.

'Gambito de dama'

Scott Frank y Allan Scott para Netflix. En emisión en Netflix España

Qué insólito placer encontrarse con un melodrama de altura que pone en el centro la inteligencia de la mujer protagonista y no (solo) sus sentimientos. Gambito de dama es la gran sorpresa de Netflix de esta temporada, una miniserie que aterrizó hace unas semanas en la plataforma sin hacer mucho ruido y que se ha transformado en un fenómeno gracias al boca a boca. Los creadores, Scott Frank y Allan Scott, parten de la novela homónima y de cierta inspiración autobiográfica de Walter Tevis, el escritor responsable también de dos títulos que inspiraron dos grandes films de billar con Paul Newman, El vividor y El color del dinero. De su libro con aires autobiográficos surge esta ficción alrededor de una huérfana que desarrolla desde muy pequeña un talento extraordinario para el ajedrez.

Gambito de dama retrata a una mujer de gran inteligencia sin caer en los estereotipos que arrastran los niños prodigio. Beth Harmon (Anya Taylor-Joy) es una chica de talante solitario, pero no asocial, que de pequeña descubre el ajedrez y que a su cerebro a pleno rendimiento le resulta mucho más excitante que la mayoría de actividades sociales convencionales. La serie se narra desde la perspectiva de una protagonista que se vincula con el entorno sobre todo a través de la mente. A lo largo de la ascendente carrera de Beth como jugadora se nos transmite la tensión y la euforia que generaban los torneos de ajedrez, desde los más modestos a las competiciones internacionales. La serie también destaca por el respeto con el que se dibujan los contrincantes, sobre todo los soviéticos, y por el progresivo glamur que la protagonista inyecta a estos escenarios a medida que gana conciencia de su imagen. Hay una escena clave en este sentido, cuando el colega de quien se enamora la quiere fotografiar: por primera vez, Beth se siente mirada de una manera que le importa. Su inteligencia siempre está en el centro, pero ella cada vez viste mejor, hasta que en la secuencia final aparece como la reina blanca del ajedrez en la que se ha convertido.

Tener una mente extraordinaria no te garantiza una vida más fácil. Beth descubre de pequeña que las pastillas que le administran en la residencia le estimulan la capacidad estratégica, y no tarda en depender de ellas. Gambito de dama muestra el vínculo complejo entre genio y adicciones. La gloria fugaz de las sustancias euforizantes también acompaña la subtrama sobre la frustración de la experiencia femenina en la Norteamérica de la época, los años 60. El “malestar que no tiene nombre”, que decía Betty Friedan, lo sufre sobre todo el espléndido personaje de Alma (la también directora Marielle Heller), la madre adoptiva con quien Beth establece una de las relaciones materno-filiales más heterodoxas de la ficción contemporánea.

Ficción sobre una mujer prodigio escrita y llevada a la pantalla por hombres, Gambito de dama no incide en las dificultades de una chica en un contexto tan masculinizado. Más bien al contrario, los colegas de Beth no hacen otra cosa que mostrarle apoyo, un escenario que posiblemente tiene mucha fantasía masculina. Solo fallan los padres, el biológico y el adoptivo. Pero a la vez, la mejor jugada de la serie gira alrededor de la única figura paternal que Beth reconoce, el señor Shaibel (Bill Camp), el bedel que le enseña el juego de pequeña en el orfanato. Un personaje que también sirve para recordar la esencia popular de este juego que adquirió rango de disputa política de alto nivel durante la Guerra Fría. Y la gran pregunta que queda una vez acabada Gambito de dama es: ¿por qué nos dejó de apasionar el ajedrez?

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