Sin cruzar los dedos

Una mayoría muy transversal vive sentimientos de humillación, tristeza, espanto, indignación

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Sense creuar els dits

El resultado de las elecciones convocadas por Rajoy para el 21-D condicionará políticamente el país durante muchos años. Hay que ir a votar masivamente para volver a repartir cartas y, lúcidamente, hacer una lectura poco emotiva que permita oxigenar la política reconociendo el principio de realidad y manteniendo los objetivos, pero adaptándolos a los plazos y a las fuerzas.

En Cataluña no hay una mayoría silenciosa porque en las elecciones del 27 de septiembre de 2015 fue a votar una cifra récord del 77,4% del censo, 9 puntos más que en las elecciones anteriores, y muy por encima que en las elecciones al Congreso de Diputados.

En contra de lo que dice la propaganda, no existe una mayoría que no ha tenido maneras de expresarse, ni se le ha impuesto ninguna minoría. Pero hay que saber en qué punto se sitúa el bloqueo más o menos ajustado a favor o en contra de la independencia, y hasta dónde llega la mayoría transversal a favor del derecho a decidir.

Buena parte de la opinión pública llega a las elecciones exhausta. Hay una parte de catalanes para los que el 155 ha sido un alivio. Pero una mayoría muy transversal vive sentimientos de humillación, tristeza, espanto, indignación. Ciudadanos dolidos e indignados por la violencia del 1-O y por la aplicación del 155 con una interpretación de la Constitución que lamina el autogobierno de cuatro décadas e interviene las instituciones de la Generalitat hasta el tuétano. Ciudadanos humillados por el encarcelamiento de líderes cívicos y de medio gobierno, además de perplejos por la situación del presidente de la Generalitat y algunos de sus consellers en Bruselas. Preocupados por las consecuencias económicas del eco internacional de la violencia del 1-O y por la incertidumbre que interfiere en la confianza del consumo y las inversiones. La aceleración de los acontecimientos ha provocado una sacudida emocional, y si el Estado ha demostrado que lo ciega aquel sentido de la hidalguía que lo hace incapaz para la negociación, buena parte de la política catalana ha quedado capturada también por un exceso de sentimentalismo.

El gesto de la DUI no se incorporará a los anales del pragmatismo político y lo reconocen ahora los propios protagonistas de la declaración. Convertida en un gesto de resistencia, ahora es el momento de recuperar las instituciones, continuar enfriando la tensión en la calle y dibujar una estrategia realista con los tiempos y las fuerzas, sin renunciar a los objetivos de hacer un país mejor que viva como la mayoría quiera. Los ciudadanos deben saber adónde van los partidos y cómo quieren ir hasta allí. También deben tener derecho a pasar cuentas de la confianza depositada en aquellos que son los garantes de las responsabilidades colectivas. Sin que ello se interprete como una flagelación comunitaria ni como un gesto de debilidad. Pensar y plantearse las estrategias para que puedan ser viables tiene menos costes que no hacerlo por no mostrar debilidades.

El momento ha de facilitar una mejor relación de la política con la verdad y que la retórica contra el adversario no pretenda contar con la participación del periodismo, porque sería la negación de la esencia de la profesión. Para periodismo de estado ya está la agitación de una parte de la prensa española: la de los que afirman sin vergüenza que "por encima del periodismo está la unidad de España".

La precipitación de la convocatoria de elecciones y la tensión que había llevado a la implosión del gobierno catalán en las horas previas a la declaración en el Parlament ha facilitado la desintegración de Junts pel Sí. Los partidos soberanistas irán en listas separadas, pero están obligados a trabajar conjuntamente en el eje nacional o a replantearlo si se acercan a los comuns. JxSí ha conseguido cohesión por la presión externa de la CUP, pero mientras que Puigdemont ha sufrido la falta de un partido sólido, ERC se consolidaba. Este escenario de liderazgo indiscutible de Esquerra, determinada a dar el paso definitivo hacia la presidencia de la Generalitat, se ha agrietado esta semana. Carles Puigdemont ha enfrentado a la debilidad de su partido y ha hecho una lista a su medida. Se ha puesto en marcha una operación de salvamento del presidente que le garantiza un mejor resultado del previsto por el PDECat, un grupo parlamentario que deja a su partido desnortado.

Siempre habrá quien no quiera oír lo que no le gusta, pero los ciudadanos han demostrado políticamente y demuestran cada día con su trabajo que merecen un mayor grado de verdad. La autoindulgencia es mayor en la política que en el mercado. Uno de los principales activos del soberanismo continuará siendo la falta de proyecto de España. Si el soberanismo aspira a un país mejor lo tendrá que hacer con la mayoría, y con la seriedad, que le den los ciudadanos. Sin cruzar los dedos.

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