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Crisis de legitimidad

Esther Vera
1 min

Donald Trump ha demostrado que no es una anécdota en la historia política norteamericana, y los resultados electorales han avalado su capacidad de representar, en gran medida, a un país enfadado. Después de cuatro años de gobierno caótico, Donald Trump ha perdido las elecciones por los pelos y ha demostrado que no es una anomalía sino el catalizador de dos ideas enfrentadas del país, de una división profunda sobre la concepción de qué son los EE.UU. en tiempos hostiles de incertidumbre económica, de pandemia y de crisis de identidad colectiva. La estabilidad social del país dependerá los próximos días de cómo decida encarar los resultados y de qué movilización pida a sus seguidores. De momento, no se puede confiar en una aceptación noble de la derrota, porque lleva meses trabajando la narrativa del fraude electoral sin ninguna evidencia. El presidente del caos se mueve cómodo en la bronca, y su estilo, más propio de un casino de Las Vegas que de la Casa Blanca, augura una fuerte resistencia y una batalla legal que obligue a recontar una parte de los votos. La extemporánea personalidad de Trump es hoy una bomba de relojería contra la legitimidad institucional y del sistema. Serán días de incertidumbre política y social antes de que se conceda la victoria -si los datos la acaban otorgando, como ahora parece- al presidenciable demócrata, que sin un gran carisma pero con sentido común puede empezar un difícil trabajo de reconstrucción. Biden ha ganado las elecciones, pero Trump no le reconocerá de entrada la legitimidad.

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