L’OBSERVADORA

Gestión y verdad

Esther Vera
3 min
Gestió i veritat

“En este aspecto está la clave de nuestra vieja discusión: ¿por qué, en nuestro país, nadie dice la verdad?” La cita encabeza su libro El hijo del chófer (Tusquets) y la recoge el escritor Jordi Amat de una carta enviada por Josep Pla a su amigo, el historiador Jaume Vicens Vives. La pregunta es inquietantemente contemporánea, y es que el libro de Amat, a quien hoy entrevista Àlex Gutiérrez en las páginas de Media, está inspirado en el mejor Emmanuel Carrère, que utiliza la investigación de la realidad para crear una historia en forma de novela de no-ficción, pero a la vez es la crónica de una época, de un tiempo a punto de morir. El hijo del chófer es una biografía del asesino Alfons Quintà, que parece inspirarse en El adversario de Carrère, la historia de otro asesino que también vivía una vida falsa, aparente, mientras se consumía y convertía en un infierno familiar la ficción vital que había construido durante décadas alrededor de una falsa identidad de médico de provincias.

Amat retrata con más o menos precisión a un hombre acomplejado y paranoico que hacía del chantaje periodismo y que fue capaz de matar a su mujer antes de acertar a suicidarse. Pero el libro también permite aproximarse a una época, que fue de construcción económica, institucional y cultural, pero también un tiempo de institucionalización de la corrupción y de una cierta asfixia.

Jordi Pujol fue un animal político capaz de reconstruir un país, pero ni él ni sus sucesores, ni evidentemente nuestra sociedad, han sido capaces de hacer aflorar una élite con valores republicanos y meritocráticos, y sincera con la opinión pública.

La herencia de la Transición se ha agotado en España y también en Catalunya, donde la alternativa de construcción del país que ha representado el Procés está en vía muerta a la espera de la recomposición política del espacio independentista, hoy todavía sin norte y con liderazgos que ponen en entredicho incluso la utilidad de las instituciones. Dudar de la utilidad de la gestión pública durante la peor crisis económica que ha vivido la Catalunya democrática es una irresponsabilidad solo comprensible desde el deslumbramiento ideológico que desconecta de las necesidades de una sociedad compleja, plural y en una crisis real que puede acabar con empresas, sueños, estudios y el futuro de tantas personas.

Cuando la política no es útil no se puede esperar ni respeto institucional ni capacidad conjunta de construcción de aquello que nos es común. Y hoy el gobierno de la Generalitat corre el riesgo de desconectarse de miles de sus ciudadanos. Cuando no se gestiona de manera competente, no hay liderazgo claro y la política parece reducirse al regate corto entre socios que desconfían mutuamente y no se respetan, no se puede pedir mucho más responsabilidad a la opinión pública.

Las elecciones serán una oportunidad para hablar en plata y acabar con el autoengaño de los que actúan como si la realidad no se impusiera o como si la gente necesitara ser protegida de la verdad. De hecho, en esta dirección parece que vaya finalmente el president Carles Puigdemont, que ha decidido verbalizar a sus electores potenciales lo que en 2017 sabía. Puigdemont no puede volver si no se trabaja una amnistía, y es de lo que tendría que estar hablando el Parlament de Catalunya, porque solo con la salida de los políticos independentistas encarcelados y con el regreso de los exiliados se podrá mirar adelante de manera efectiva. El gobierno de Pedro Sánchez no los amnistiará, pero exigirlo y presionar es hacer política. De momento la reforma del delito de sedición que el ministro de Justicia español esconde con presentar en las próximas semanas abre más incógnitas que certezas y se tiene que ver si los partidos soberanistas pueden votarla.

ERC se ha movido y ha apostado por hacer valer sus escaños en el Congreso de los Diputados a favor de políticas de izquierda con un Rufián que no encuentra el tono. Y JxCat tiene que decidir qué quiere ser ideológicamente y aclarar su estrategia. Su gran activo es Carles Puigdemont, pero los electores saben que no será el candidato efectivo y en febrero se jugará la razón de ser como propuesta política.

De los equilibrios entre soberanistas dependerán los acuerdos futuros, obviamente, y también el horizonte soberanista. Pero también dependerá de ello el futuro de Puigdemont y de su espacio político. Mientras el PDECat arrastra su pasado e intenta hacer inventario de los activos -que también los hay- del pujolismo, JxCat tiene que demostrar si una lista improvisada en un clima de enorme emocionalidad y rabia por los Hechos de Octubre y el 155 consigue convertirse en una propuesta política a largo plazo. En tres años el clima político ha cambiado y todos los actores tendrían que aceptar que la sociedad pide hoy gestión y verdad.

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