Las vacaciones más desiguales

La escuela es, para muchas familias, la garantía de que sus hijos estarán cuidados y alimentados

Elena Costas
3 min

Muchos recordamos los veranos de nuestra infancia como largos meses de calor, playa, días eternos de juegos en la calle y algún que otro cuaderno de deberes de vacaciones. Eran momentos para hacer todo aquello que durante el curso escolar no había tiempo de hacer, reencontrarse con los amigos del pueblo y compartir momentos con la familia. Y siempre, pasara lo que pasara, llegaba septiembre, sinónimo de comprar libros de matemáticas y lengua, y renovar el material escolar. Pero la vuelta a las aulas no era, ni es, igual para todos: algunos estudiantes sacan más provecho de las vacaciones que otros.

Ya hace más de un siglo que se descubrió que, a lo largo de las vacaciones, los alumnos olvidan parte del conocimiento que han aprendido durante el curso. De hecho, se calcula que esta pérdida estival equivale al contenido de un mes de clases. En cuanto a las matemáticas, todos tienen menos conocimientos en septiembre de los que tenían cuando terminaron el curso anterior. Pero no ocurre lo mismo con otras materias, como la comprensión lectora. En este caso, algunos alumnos no pierden capacidades durante el verano, otros sí y los hay que incluso las mejoran. ¿Qué pasa entre junio y septiembre para que las competencias de los estudiantes varíen tanto? Pues que probablemente no están disfrutando del mismo tipo de vacaciones.

Algunos niños tienen unos veranos intelectualmente más activos que durante el curso escolar, con viajes al extranjero para aprender idiomas, centros de ciencias y deportes o viajes familiares para conocer mundo, mientras que otros pasan los días en casa, delante de una pantalla y en muchos casos sin ninguna supervisión. Por ejemplo, el Observatorio de Vulnerabilidad de la Cruz Roja en Cataluña informaba que, tras la crisis, un 38% de sus usuarios no se podían permitir un casal de verano.

Por tanto, las diferencias de renta familiar determinan cuál será su pérdida de conocimiento estival de los niños. Y ¿por qué esto no afecta al conocimiento en matemáticas, asignatura de la cual la gran parte de los alumnos olvidan mucho de lo que habían aprendido? Esto se explica porque las matemáticas se aprenden principalmente en la escuela, pero la lectura es una capacidad que se desarrolla también en el entorno social o familiar. Los alumnos de familias más ricas normalmente tienen más libros en casa, asisten además a actividades culturales y pasan el verano en entornos que les permiten mantener, e incluso mejorar, su capacidad lectora.

Pero esta fuente de desigualdad que es el verano no parece limitarse sólo al sistema educativo. Hay estudios en EEUU que demuestran que los niños de las familias más pobres vuelven a la escuela con una peor salud emocional tras las vacaciones, en parte debido a las experiencias vividas durante los largos veranos sin escuela. La escuela es, para muchas familias, la garantía de que sus hijos estarán cuidados y bien alimentados, y la falta de oferta pública en verano representa una presión tanto para su bolsillo como para su calendario laboral. Si ambos padres trabajan y no hay abuelos disponibles, hay que invertir en alguien que los cuide. En el Reino Unido, por ejemplo, se estima que las familias gastan de media 143 € por semana en verano para el cuidado de sus hijos.

En Cataluña contamos con centros y colonias de verano organizados por los ayuntamientos, pero a menudo no cubren la totalidad del periodo estival, y el hecho de poder ir está muy condicionado por la renta familiar. Además, la crisis no ha hecho más que dificultar aún más la oferta y la participación en estas actividades.

Para evitar que el verano se convierta en la época más desigual para los niños hay diferentes soluciones. Por un lado, se podría alargar el curso escolar, repartiendo los largos meses de verano en más vacaciones durante el año. Esto permitiría también conciliar mejor vida familiar y laboral, ya que adaptaría el calendario escolar al estilo de vida actual. Más fácil sería promocionar más actividades de verano, centradas en adquirir capacidades de forma no lectiva, y que permitieran a todos los estudiantes desarrollar otro tipo de aptitudes. Actividades que estos días ya están haciendo muchos niños, pero que deberían ser asequibles para los hijos de cualquier familia. La escuela es un igualador social, y ha sido tradicionalmente un ascensor social para los niños de los hogares menos afortunadas. Permitir que en verano estas diferencias aumenten dispara la desigualdad, y este es un lujo que no nos podemos permitir.

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