8M para no feministas

Seguramente no veía en el feminismo mi causa porque todavía no me había enfrentado a la maternidad

Elena Costas
2 min

Hace poco más de cuatro años discutía con una amiga que me acusaba de no sumarme a la defensa del feminismo. "Lo respeto -le decía-, pero no es mi causa". Argumentaba que nunca me había sentido discriminada por ser mujer, por lo que no creía que yo tuviera que reclamar más igualdad. Y entonces empecé a mirar a mi alrededor, cuestionando lo que veía y, seguramente, cuestionándome a mí misma.

En ese momento, yo estaba terminando el doctorado en economía. Éramos dos chicas en un grupo de doce. Me parecía un dato anecdótico, sobre todo viniendo de una carrera donde éramos mayoría. Lo mismo ocurría en el resto de universidades, donde casi el 60% de los graduados cada año son mujeres. Y no sólo eso: también se gradúan con mejores notas. Pero algo pasaba, ya que, a medida que subía el nivel en la escala académica, las profesoras e investigadoras iban desapareciendo. En la misma Universidad de Barcelona, de hecho, ni siquiera dos de cada diez catedráticos son mujeres.

A mis amigas que habían optado por el mundo privado no les iba mucho mejor. Desde el inicio de su vida profesional cobraban aproximadamente un 14% menos que sus compañeros. Y esto no había hecho más que empezar. Les quedaba poco para cumplir los 30, momento en que esta diferencia aumentaría mucho, para no recuperarse nunca más a lo largo de su carrera. Y, por muy preparadas que estuvieran, pocas esperanzas podían tener de acabar en consejos de administración, donde la presencia de mujeres no llega al 20%.

Seguramente tampoco veía en el feminismo mi causa al no haberme enfrentado, todavía, a la maternidad. Conocía la problemática: somos un país sin niños. Tenemos pocos hijos, y cada vez más tarde. Algo debía de pasarnos a las mujeres, por no querer tenerlos. El equilibrio demográfico nos demanda aumentar las tasas de natalidad pero, por ahora, el peso de este ajuste recae sobre las familias, y más concretamente sobre las madres. Nada hay como aprender de la propia experiencia, y el hecho de ser madre me hizo entender que la conciliación familiar y laboral real no es una prioridad para nuestros políticos. Ahora mismo la penalización que representa tener hijos es un precio demasiado alto para muchas mujeres.

Dicen que un día te pones las "gafas violetas" y empiezas a encontrar desigualdades donde antes veías normalidad. Y te escandaliza que, en la violencia de género, se cuestione la actitud o vestimenta de la víctima, cuando no lo hacemos con otras agresiones. O que hayas normalizado el miedo a caminar sola de noche como un sentimiento inherente a tu condición de mujer. Y, evidentemente, esto te lleva a revisarte a ti misma por lo que has dicho o pensado, sabiendo que hoy considerarías machistas muchas de esas actitudes.

Defender la igualdad de género implica querer una sociedad más justa, y una economía más productiva y competitiva. Implica respetar a todos los ciudadanos, permitiendo que cada uno desarrolle todo su potencial. Sumarme a la defensa del feminismo es, por tanto, no sólo mi causa, sino la causa de todos.

stats