La Catalunya despoblada se merece una oportunidad

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Imatge de la carretera d'accés al de Gósol, de 209 habitants i dividit administrativament entre el Berguedà i el Solsonès

Hay once comarcas de Catalunya que tienen menos de 20.000 habitantes. Algunas –el Alta Ribagorça, el Pallars Sobirà o el Priorat– ni siquiera llegan a los 10.000. Todas son comarcas interiores. La población catalana se concentra en la región metropolitana barcelonesa, en la costa (con Tarragona-Reus, Girona-Empordà y todo el atractivo turístico) y alrededor de la ciudad de Lleida. La soñada Catalunya ciudad novecentista no se ha hecho realidad, ni tampoco el precedente espíritu de Ildefons Cerdà de ruralitzar (naturalizar) la ciudad y urbanizar el campo. El país sigue desequilibrado. De hecho, después de la oleada inicial de emigración del campo a la ciudad durante la primera revolución industrial (siglo XIX), el momento de la auténtica despoblación de las zonas rurales se inició en la posguerra franquista y prácticamente no se ha parado hasta hoy. Justo hace un siglo la Mancomunidad quiso dotar los pueblos de servicios modernos (carretera, teléfono, escuela, cooperativa agrícola...), un proyecto clavado que la Generalitat republicana no tuvo tiempo de retomar. El franquismo empobreció todavía más el campo. El desarrollismo fue un fenómeno urbano.

Con la democracia, a pesar de la recuperación de las comarcas y el impulso del autogobierno y los ayuntamientos, el reequilibrio no ha llegado del todo. La Catalunya interior sigue muy corta de servicios básicos sanitarios y educativos, también de conexión a internet. Las comunicaciones por carretera han mejorado, pero no el transporte público. A menudo, además, carga con infraestructuras que nadie quiere: vertederos, parques eólicos, nucleares... El talento joven no tiene suficientes alicientes para quedarse. Tampoco hay alicientes para atraer a nuevos vecinos. El recurso del turismo rural no es suficiente. En realidad, falta un plan global y transversal, liderado por las administraciones y con participación del sector privado y de los agentes sociales. Ha habido iniciativas, como la del Priorat vehiculada a través de la candidatura para hacer de su paisaje patrimonio de la Unesco. Pero tuvo poco apoyo público. La fragmentación administrativa no ayuda. La Generalitat y las diputaciones quedan demasiado lejos de los pueblos pequeños, los consejos comarcales tienen poca fuerza y los ayuntamientos son demasiado pequeños. Fue una lástima que hace veinte años no saliera adelante el informe Roca para una nueva organización territorial: intereses partidistas, localismos mal entendidos y rumores caciquistas lo impidieron.

Con el covid quizás haya llegado la hora de repensar de verdad el territorio, con ambición modernizadora, con sensibilidad por el país, sin miedo. El auge del teletrabajo sin duda es una oportunidad. Pero hace falta liderazgo político. Hay que escuchar a la gente de los pueblos. Hacen falta recursos. La Catalunya despoblada se merece una oportunidad.

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