20N: desatar lo atado

La monarquía sobresale como el verdadero nudo gordiano que garantiza que todo siga anudado

David Fernàndez / Miguel Urbán
6 min
Un grafiti de Joan Carles I, signat per l'artista J. Warx, a un carrer de València

«Un comportamiento personal, familiar y también financiero, fuera de cualquier registro

de admisibilidad en el ejercicio de máxima magistratura del Estado»

José Antonio Zarzalejos, «La corona, en riesgo», Marzo de 2020

ha llovido y granizado mucho, seguramente siempre sobre mojado, desde aquel otro 20-N de 1975 que forjó el funesto atado y bien atado. Sus ataduras continúan, no sólo como rémoras del pasado, sino también como las esposas del presente. En este enredo de candados, la monarquía sobresale como el verdadero nudo gordiano que garantiza que todo siga anudado. Porque no podemos olvidar que la restauración monárquica bajo la figura de Juan Carlos I de Borbón fue designación directa -obra, desgracia y continuidad- de la dictadura. Un acto de sucesión en diferido. Dos voces antagónicas todavía nos lo recuerdan hoy. Por una parte Fernando Suarez, ex ministro franquista de trabajo, cuando hace pocos años afirmaba que «Franco fue el propulsor de la monarquía y si se deslegitima el franquismo y se convierte Franco en una figura comparable a la de aquellos grandes dictadores sanguinarios de la humanidad, se le da una connotación a la Corona que la pone en riesgo». Por otro, el maestro Josep Fontana: «Durante la transición, el franquismo pactó su propia supervivencia». Basta con que busquen en la hemeroteca, en vano, las críticas de Juan Carlos I al franquismo.

La llamada transición –¿ya se puede decir o todavía no?– no tiene nada de modélica, dado que está fundamentada en la plena impunidad de los crímenes perpetrados y de las fortunas acumuladas bajo la dictadura franquista, en un proceso tutelado de reforma controlada que aún perdura hoy y que llegó hasta donde llegó –y por eso todavía pagamos las consecuencias– a través de una operación planificada de marketing, forjada también bajo las sombras del 23F. Un golpe efectivo que sí surgió efecto: entronizó el Rey y cerró las escasas posibilidades de profundización democrática que aún quedaban. «Todos al suelo», desgraciadamente, tiene aún múltiples lecturas y sigue siendo consigna de Poder. Porque el modelo de tránsito elegido dio como resultado un régimen de impunidad único en el mundo, como reconoce el filósofo Jon Elster en un estudio comparado: «el caso español es único dentro de las transiciones a la democracia por el hecho de que hubo una decisión deliberada y consensuada de evitar la justicia transicional». Es sobre esta vieja impunidad que pivota aún la prolongación y reproducción de una ideología de Estado que permanece en el aparato represivo, en el mantenimiento del bloque económico dominante y en la concentración de poder que transita de dictadura a democracia. La Corte del Rey. Bajo ella se asienta también la feudal inviolabilidad de la monarquía y un Nacionalismo de Estado que aúlla –comisario paralelos, fiscales patrióticos, cloacas oscuras– en la defensa erdoganiana de la unidad de España y en la resistencia a cualquier transformación social y profundización democrática, sea el derecho a la autodeterminación o todos los derechos sociales vulnerados.

45 años después, asistimos a la mayor crisis del régimen, que nadie niega a pesar de todo lo que intentan disimular escándalo tras escándalo. A pesar del actual blindaje institucional, político y mediático que envuelve una operación de Estado que sólo pretende hacer caer el padre con la única pretensión de salvar el hijo, la crisis es un cráter que nadie puede negar y que tapan vergonzosamente como pueden. Tecnología y tecnoestructura de Estado, en el operativo están implicados todos –y no son pocos– los que callan, minimizan, banalizan o justifican todas las correrías del rey demérito. Hoy, el repertorio de lo sabido –pendientes aún de lo que sabremos mañana– deja una hilera de vergüenzas sistémicas que no tienen nada de anecdóticas, sino que remiten a cuatro décadas de silencio oficial y protección institucional y a otra herencia de raíz nítidamente franquista: la corrupción estructural de altos vuelos. Unos hechos que afectan directamente el actual monarca, que sabía de todos los pelotazos del padre, desde los días de la abdicación y hasta que un día –un diario británico y un fiscal suizo– la alfombra no podía aguantar más hedor ni soportar más volumen. El rey abdicado ya es lo que parece a la luz de los hechos: un delincuente coronado. No nos extenderemos: desde informes del servicio de lucha contra el blanqueo de capitales a peticiones de fiscalía para «expurgar» contenidos del sumario judicial del caso Villarejo –en nombre «de la seguridad del Estado»–, mezclado con confesiones diversas, cuentas suizas, comisiones por el AVE a la Meca, cazas de cabras salvajes, black cards, maletines arriba y abajo y un mando de la Guardia Civil como testaferro. The Spanish Crown.

Tanto es así, que la crisis de un régimen degradado es tan palmaria que la anuncian incluso sus más acérrimos defensores, que contemplan sobrecogidos el futuro como un momento de cruda decadencia, expresada como nunca en la ruina de la Marca España, con su máximo representante –«Juan Summer»– huido con cobertura gubernamental a un resorte de lujo en los Emiratos Árabes Unidos. Pero sería demasiado prematuro anunciar su fracaso definitivo: no podemos subestimar la capacidad de recomposición de las élites. De hecho, la salida sistémica que pretenden parece clara y remite directamente a un regreso –consensual, pasivo, represivo, autoritario?– a los nudos de 1978: cerrar por arriba todo lo que queremos abrir desde abajo. Aguantando el aire, también esperan que la incuestionada y severa deslegitimación del régimen, especialmente catalana y basca, no sea suficiente para abrir alternativas democráticas. A esta voluntad inmovilista y reaccionaria se sumó Felipe VI cuando eligió convertirse en el 'rey de bastos’ en aquel funesto 3 de octubre que constitucionalizó un ‘A por ellos’ que va mucho más allá del soberanismo catalán. Quién se mueven no sale en la foto.

Por ello, en este 20N bajo tantas excepciones, queremos remitirnos al libro ¡Abajo el rey! Repúblicas (Sydonia / VientoSur, 2020), un libro plural y coral escrito desde todas las periferias y fuera de todos los palacios para escrutar las opciones de las rendijas constituyentes republicanas. La reciente encuesta de medios independientes sobre la monarquía –contra la ley del silencio y la mordaza del CIS– refleja lo que ya dijera El País entre líneas: que la fuga pactada del demérito se fundamentaba en encuestas no públicas en manos de la Casa Real que acreditaban la caída libre de su posición y el escaso apoyo social, futuro complicado, entre los menores de 45 años. Y remite, bucle y déjà-vu, a aquel Adolfo Suárez que reconocía abiertamente que en la transición no se sometió la monarquía a referéndum porque temían demasiado perderlo.

Paciente impaciencia, entendemos que no es tiempo de buscar nuevos consensos ficticios con el bloque dominante, reeditando la farsa de unos nuevos Pactos de la Moncloa que fueron funestos para trabajadores y trabajadoras y de los que siempre se olvidan de decir que la pretendida contraparte social nunca se cumplió. Hay que ir explorando, trabajando y sentando las bases de un nuevo acuerdo democrático entre fuerzas políticas, sociales y ciudadanas republicanas de todos los pueblos entorno a una propuesta compartida: hacer también viable y factible un referéndum sobre la forma de Estado y, con él , el inicio de procesos constituyentes de ruptura con el régimen, con la lacra de la corrupción sistémica y con el capitalismo neoliberal que todo lo sustenta. El libro citado aspira modestamente a la tarea común de dar pasos adelante en este camino que nos desate los nudos de un 20N que, mutatis mutandi, todavía están aquí enquistado.

Dadme un punto de equilibrio para mover el mundo, decía Arquímedes. Somos de los que pensamos que ese punto, la dovela del régimen, es una monarquía claramente caduca, corrupta y retrógrada. Somos los que creemos que este 20N, sabiendo que imposible es sólo algo que aún no ha pasado y mirando el espejo esperanzador del proceso constituyente abierto por el pueblo chileno tras dos años de lucha popular, es un momento imprescindible para mirar atrás y vislumbrar otro presente hacia un futuro democrático en todos los ámbitos. Salir de aquel candado puede abrir todas las puertas. Porque República(s) es mucho más que una forma de Estado: es sobre todo una cultura política democrática, en defensa de los bienes comunes y el interés público y como garantía de igualdad entre todas y todos. Tamizada por la crisis sistémica y pandémica que padecemos, esto es tanto como decir que hay que salir del 20N para desatar todos los nudos, deshacer la madeja y retejer el ahora y el aquí.

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