De día uniformados, de noche incontrolados

Hay uniformados de día que de noche se descontrolan, sí. El último año y medio ha sido prolífico

David Fernàndez
6 min

"A quién nos ataca en la calle, se ven las manos,

pero los que ataquen de verdad las ocultan"

Bertolt Brecht

El titular es un dicho clásico nacido bajo la tempestuosa Transición, entre las salvajadas del Frente de la Juventud, los muertos que nunca cuentan y los atentados fascistas contra librerías. Entonces el dicho, verdad popular, era un secreto a voces y una realidad a bombazos: denunciaba con sencillez la evidente conexión directa entre violencia policial, tramas de extrema derecha y cloaca estatal. La tríada de la estrategia de la tensión y la cultura del miedo del búnker franquista que intentaba atemorizar al personal, impedir el cambio y alargar la excepción.

Por decir esa misma frase, el alcalde de Verges, Ignasi Sabater, fue denunciado el pasado abril, en fraude de ley y retorciendo el Código Penal, por un presunto “delito de odio” contra la policía. La pronunció después de que unos desconocidos, enésimo asalto sufrido, pincharan las ruedas de 163 coches y después de que el municipio se haya convertido en una obsesión para la ultraderecha, que ha protagonizado numerosos ataques nocturnos reiterados. Tras agresiones continuadas, esta semana se ha producido, finalmente, la primera detención: la del alcalde que lo ha denunciado. Todo en orden: circulen. En Verges hay encapuchados ultras que atacan de noche y policías encapuchados que actúan de madrugada, sin orden judicial y por unos hechos en los que Ignasi ni tan siquiera estaba. Bromas de la democracia cuando la democracia es de broma, el TSJC comunica que no había mandato judicial y Marlaska sostiene que sí. Uno de los dos miente –y no es el primero.

Para no perder el hilo, este no es sólo, que también, un artículo de solidaridad con Ignasi –y el resto de detenidos, por supuesto. Es también un artículo de autodefensa democrática e informativa contra el creciente riesgo censor de no poder decir las cosas por su nombre y antes de que lo que acabe siendo delito sea la propia realidad y la misma historia. Sobredosis de memoria contra los yonquis del poder del olvido y la impunidad, las cosas como son: hay uniformados de día que de noche se descontrolan, sí. El último año y medio ha sido prolífico. Botones que muestran cómo se las gastan. Negra noche cerca de Verges, en el municipio de Espolla y en octubre de 2017, cuatro guardias civiles de paisano son descubiertos arrancando banderas y hurtando reivindicaciones de balcones particulares: iban en una furgoneta sin distintivos del cuerpo militar. ¿De día uniformados, de noche incontrolados? Pues sí.

Sólo una semana antes, la policía local de Alcarràs identificaba a un coche patrulla de la Guardia Civil detenido en un lateral de carretera. Cuando se acercaron, se fueron a toda prisa. En la carretera quedaba una pintada fresca: los colores de la bandera española y“Puigdemont nunca mais”. ¿De día multando para hacer pintadas y de noche haciéndolas? Altamente probable. Más todavía: noche de agosto del 2018 en les tierras del Ebro. Caras tapadas, frontales de luz, utensilios de corte y mapas de planificación para arrancar lazos amarillos. Los Mossos interceptan a catorce personas. Uno de ellos, un guardia civil desdoblado. ¿De día servidor público y de noche actividad ultra? Pues parece que algunos, también. Pueden añadir de guindilla que el principal investigador de la causa general contra el 1-O, el teniente coronel de la Guardia Civil Daniel Baena –ni más ni menos que el jefe de la policía judicial en Cataluña–, se dedicaba a escondidas, tácitamente y en Twitter, a insultar a quien investigaba: agente analógico de día, trol digital de noche. Y la Fiscalía General que calla. Y la eterna duda irresuelta: ¿y si no son tan descontrolados como parece y tanta tolerancia ministerial y silencio oficial no cuadran?

También hay descontrolados del todo, ya saben: el comisario Villarejo capturando hasta al BBVA. Y también los hay desbocados, que la barra libre de la impunidad del nefasto “¡A por ellos!” es larga y da para mucho. Nocturnidad barcelonesa un 23 de octubre de 2017: siete agentes del CNP fuera de servicio denunciados por destrozos en un bar con agresión a camarero incluida: “¡Somos la puta ley aquí! [...] ¡Barcelona es España!” – ¿lo recuerdan?. Diciembre de 2017 en la Barceloneta: un guardia civil fuera de servicio arrancando una estelada y reducido por los Mossos tras agredir a un ciudadano. A veces, incluso, no es preciso ir sin el uniforme para perder todo control. Lo puedes llevar puesto: “Le metía la porra para adentro como si no hubiera mañana. Si uno no se ha ido con la costilla rota poco le ha faltado”. No, no es un ‘hooligan’ un 12 de octubre. Es un guardia civil, en comunicación interna, el primer día de octubre del 2017. Hostilidades y agresividades, hay un rosario macabro de ejemplos registrados el 1-O, repertorio de palabras proferidas por uniformados no sólo deslenguados verbalmente: “No hables con escoria”, “Te voy a romper las gafas, que valen un dinero”, “Sal de ahí, gordo”, “Por los sanfermines dirá que se violación”. #findelascitas

En el País Vasco lo saben dolorosamente y demasiado bien. Desde aquellos GAL nutridos de comisarios policiales y mercenarios ultras hasta los tiros hace quince días contra los cristales de la casa de una familia de la izquierda abertzale: el detenido es un ex agente de la Policía Nacional y está en la calle. (Paréntesis bestia del terrorismo de estado, porque en la antología del horror aún queda esto, impunemente: el BVE (Batallón Vasco Español) perpetra un atentado en 1980 en Hendaya donde mueren tres personas; los perpetradores se saltan la frontera; se entregan a la policía y quedan en libertad tras llamar al comisario Manuel Ballesteros, que nunca dirá sus nombres; Ballesteros será condenado pero un tribunal –llamado Supremo– le absolverá dos veces porque estaba "en la creencia errónea" que primaba protegerles que informar a la justicia. Cierro bestialidad.)

Por haber, hay hasta narcotraficantes tocados con tricornio. El comandante José Ramón Pindado, máximo responsable de la lucha antidroga de la Guardia Civil, fue condenado –el escandaloso caso Ucifa– por tráfico de drogas en 1997. En mayo de 1999 el Ministerio de Defensa le otorgaba pensión vitalicia. ¿Excepción? Única, seguro que no. En 2004, el teniente coronel Rafael Masa –condenado por torturas y instigador, según el ejecutor, del asesinato de Santi Brouard– fue condenado a 11 años por narcotráfico. Más: el número dos del museo de los horrores de Intxaurrondo, el teniente coronel Máximo Blanco, fue condenado en 2003 por introducir 4.200 kilos de hachís en el puerto de Sant Carles de la Ràpita; en 2005 José Bono firmaba –qué descontrol– su ascenso a coronel. De día, uniforme antinarcóticos, y de noche, porteando fardos de droga. Para no olvidar no se olviden que la última cúpula del CNP en Cataluña –desde el comisario Luis Gómez hasta inspectores de extranjería– fue condenada por corrupción y soborno hace nada: avisaban –cobrando y tarifando, claro está– a los prostíbulos Saratoga y Riviera cuando había redadas. ¿De día comisario de la orden y de noche red proxeneta? Pues sí y también.

Incluso los años noventa de la Barcelona post-olímpica dejaron un muestrario de impunidades policiales y dobles raseros. Urge recordar, especialmente, la detención de un destacado grupo ultraderechista por la colocación de un artefacto explosivo en las Cotxeres de Sants. El comunicado de la Brigada Provincial de Información –sí, exacto, la misma que ha practicado las detenciones de la semana pasada en Girona– remachaba sinópticamente: "Se trata de un grupo de amigos que querían dar un susto al movimiento okupa". Amigos y sustos, en el juicio, celebrado años después, los acusados adujeron como eximente que lo hacían "en defensa de España". La juez, en lacónica sentencia, apuntó que aquello podía ser un atenuante, sí, pero sólo antes, muchísimo antes: bajo dictadura. La Brigada de Información no debía pensar exactamente lo mismo.

Concurre finalmente, porque siempre se puede ir a peor, la evolutiva regresiva. ¿Retrocedemos? Probablemente la popularizada frase ya no es tan exacta, porque ya no es preciso que sea de noche para agredir, atemorizar o amenazar. El agente de la Brigada de Información que vapuleó el foto-periodista Jordi Borràs lo hizo a plena luz del día, en el centro de Barcelona y al ademán gutural de "Viva Franco". No le hizo falta ni capucha ni nocturnidad. Después de agredirle, sacó la placa: y en ese sencillo gesto radicaba la corta distancia entre agresión e impunidad. Sigue en activo, protegido y blindado, sin ninguna medida cautelar. ¿Qué tal vamos, Teresa Cunillera? ¿De qué se ríe, señor ministro? – añadiría Benedetti.

Principio y final, por rememorar aquel añejo y justo refrán –tan actual a la luz de los hechos y los antecedentes referidos– Ignasi Sabater está imputado. Y a la intemperie, la única alternativa democrática que se me ocurre es suscribirla íntegramente tantas veces como haga falta. La ratifico, por estado de necesidad deontológico y antirepresivo, hoy, aquí y ahora. Por escrito, en papel prensa y bajo el amparo de la hemeroteca: uniformados incontrolados. Desde el derecho inalienable –y tantas libertades amenazadas– a decir que lo que pasa, sí que pasa; contra la mentira habitual del poder que nos quiere hacer tragar que lo que pasa, nunca pasa. Recordando además que no pasaría si muchos y tantos no callaran tan vergonzosamente. Si por escribirlo acabamos en el banquillo, pues mala suerte y allí estaremos. Mejor eso que tener que mentir; o, aún peor, tener que callar; o aún más letal, acabar siendo cómplices de tanta inquisición. Porque finalmente, parafraseando a Joan Fuster, sólo imputan, en dictacracia o en democradura, para ver si nos hacen callar. Y ni así, agentes Smith de turno. Ni así podréis.

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