La Europa confinada

Carme Colomina
2 min
L’Europa  confinada

LIMITACIONES. La Europa de los cafés ha cerrado por miedo al contagio. Las restricciones se han endurecido y generalizado. Esta vez la oleada nos pasa a todos por encima prácticamente igual. Unidos en la vulnerabilidad. En Alemania el gobierno avisa de que todavía quedan cinco meses de restricciones severas. Vuelven los toques de queda y el silencio en las calles. Quienes salieron menos malparados de la primera oleada -Suecia, Portugal, Hungría...- ahora se sienten desbordados.

Ya han pasado ocho meses. El anunciado apoyo financiero no llega. La negociación del fondo pospandemia de la Unión Europea continúa rehén del rifirrafe político entre unos gobiernos que han fracasado a la hora de proteger a la gente. La exasperación pública va tomando cuerpo.

Ya no hay nueva normalidad y casi nos hemos olvidado de todas aquellas discusiones iniciales sobre un mundo que saldría cambiado de esta crisis. La angustia colectiva nos hace añorar lo que teníamos. Necesitamos desesperadamente el regreso del contacto físico, los encuentros familiares, la cultura y la posibilidad de viajar. Pero, sobre todo, necesitamos la certeza del trabajo: de trabajar, hacer planes y llegar a fin de mes.

PROTESTAS. En este interregno, el mundo vuelve a la convulsión. También las treguas parecen agotadas. Crece el escepticismo y la desconfianza en los gobiernos y en sus limitaciones. El coste emocional de la pandemia va tomando cuerpo. La Organización Mundial de la Salud admite haber constatado “la fatiga de la pandemia” en Europa y cómo esto afecta al cumplimiento de las medidas de protección.

Hace algunos días, un grupo de manifestantes lanzaron cócteles Molotov contra la policía en Florencia. Un malestar que también se reproducía en Nápoles, en Milán o en Turín contra las últimas restricciones aprobadas por el gobierno de Giuseppe Conte. Lo mismo pasaba en Barcelona, o en Leipzig, en el este de Alemania. En Londres las protestas de los movimientos antivacunas acabaron con enfrentamientos con la policía en Trafalgar Square.

En Francia la desconfianza se ha traducido en un largo mensaje en Facebook que se ha hecho viral las últimas semanas con una letanía de 36 preguntas sobre la crisis del covid-19, cargadas de “¿por qué?” y “¿por quién?” que mezclan el recuento de muertos, los silencios mediáticos en la cobertura de la pandemia, las inversiones de Bill Gates, el efecto de la hidroxicloroquina o la instalación de antenas 5G. Una serie de dudas, desinformaciones y preocupaciones que, sobre todo, reflejan el grado de frustración que inocula el covid.

DESIGUALDADES. Cuanto más se alarga la crisis más se ensancha la fractura social. No es solo el agotamiento mental. Es la distancia entre burbujas de realidades diferentes. Entre quienes han utilizado el miedo del contagio como medida de control; quienes intentan hacer ver que gobiernan desde la retórica y sin recursos; quienes, teniendo la responsabilidad de proteger a la ciudadanía, hacen política de mirada corta mientras el virus se instala en un invierno muy largo. Europa se hace más desigual. No es solo la pandemia. Es su gestión.

El coronavirus fue un golpe inesperado, impredecible. Pero que sus efectos se ensañen con los más vulnerables no es improvisado, ni inocuo. Han pasado ocho meses y las restricciones de movimientos no pueden ser la única respuesta posible.

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