OBSERVATORI

El Brexit, la argamasa para mantener la UE unida

La salida del Reino Unido ha ayudado a reforzar la Unión Europea

Carme Colomina
3 min
El primer ministre britànic, Boris Johnson, i la presidenta de la Comissió, Ursula von der Leyen ahir.

Era imposible imaginar el 24 de junio de 2016, en pleno desconcierto por el voto de los británicos, que el Brexit se acabaría convirtiendo en la argamasa indispensable para mantener la Unión Europea unida. El miedo de un posible contagio euroescéptico que propiciara algún otro referéndum de salida se combatió con el antídoto de la unidad. Las negociaciones con Downing Street se dejaron en manos de Bruselas y, por mucho que lo intentó, Londres no consiguió dividir las prioridades de unos socios europeos que sufrirán de manera desigual -sobre todo económicamente- la salida del Reino Unido. Cuanto más se ha escorado el gobierno británico hacia un Brexit duro, más se ha consolidado la unidad negociadora de los Veintisiete, a pesar de los costes de perder a la segunda economía más grande de la Unión.

Este cierre de filas general ha quedado fijado en la solidaridad de la UE con Irlanda y la defensa de una frontera porosa entre las dos partes de la isla, conscientes de las consecuencias de poner en peligro el Acuerdo de Viernes Santo, que puso fin al conflicto irlandés. Paradójicamente, mientras se reforzaba esta idea de unidad, el Brexit y estos años de negociaciones posteriores también han acelerado la idea de la Europa flexible. El no británico fue el despertar definitivo a la nueva realidad: la UE se ha hecho demasiado grande para que haya un único molde que se ajuste a todos sus estados miembros. No eran solo los británicos los que expresaban incomodidad con una Unión destinada irremediablemente a seguir integrándose a todos los niveles. Es decir, a seguir cediendo soberanía a Bruselas.

Los británicos se van pero el malestar se queda. Así que la UE tiene cada vez más asumida la Europa a varias velocidades como vía para salir adelante. Pero la flexibilidad obliga a definir cuáles son las líneas rojas intocables en el proyecto comunitario. Esto es, el mercado único -como ha quedado claro en las difíciles negociaciones con el Reino Unido- y los valores democráticos fundacionales, estrujados y sacrificados durante tanto tiempo que ahora la UE es incapaz de decidir hasta dónde tiene que llegar la presión sobre los gobiernos más transgresores.

Política exterior más flexible

Esta flexibilidad también se extiende, incluso, a la política exterior. Para el Reino Unido la seguridad europea ha pasado siempre únicamente por la OTAN, pero, con la marcha de los británicos, la idea de una defensa europea ha ido cogiendo forma. París y Berlín han dado ya un paso adelante y se ha puesto en marcha una colaboración más estrecha entre veinticinco estados miembros en materia de defensa. A la vez, el tradicional formato a tres, con Alemania, Francia y el Reino Unido, que ha trabajado en las últimas dos décadas -sobre todo para apuntalar el acuerdo nuclear con el Irán-, continuará trabajando con la misma vigencia, incluso con el Reino Unido como país no miembro de la UE. París y Berlín tienen claro que la capacidad de influencia de la UE en el mundo pasa por la concertación con otros poderes. Igualmente el Reino Unido post-Brexit necesitará aliados.

El Brexit también se convirtió en la gota que hizo colmar el vaso de la desconfianza de la UE en los referéndums. Desde entonces, cualquier idea de consulta a la ciudadanía que implique un posible resultado incierto o una rotura del statu quo provoca una auténtica crisis nerviosa en Bruselas. El Brexit ha transformado, incluso, el euroescepticismo, que ya no clama por la implosión de la Unión Europea. Hoy los euroescépticos del continente son remainers (partidarios de quedarse) en una UE que quieren hacerse a medida. Reniegan de la agenda y de las prioridades, pero no del proyecto. La Unión continúa teniendo una mala salud de hierro.

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