¿Tiene que ser obligatoria la vacuna?

Con la vacuna del covid será más necesario que nunca hacer pedagogía para resolver las dudas razonables

Carles Mundó
4 min
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En los últimos días, las noticias que hemos tenido sobre la inminencia de las vacunas contra el covid-19 nos han hecho pensar que quizás hay luz al final del túnel y que 2021 puede ser un año clave para acabar con la pandemia. Pero, por ahora, los únicos efectos prácticos de estos anuncios solo se han producido en las bolsas, cosa que ha permitido a más de uno llenarse los bolsillos aprovechando las ganas que tenemos todos de sentir que la pesadilla puede tener un final cercano.

Hasta ahora, la mayoría de científicos nos han dicho que la llegada de las vacunas iría para largo porque, inevitablemente, hacen falta años de investigación y desarrollo para testar con garantías cualquier medicamento. Parece obvio, incluso para los que no somos entendidos, que se desconocerán los efectos que puede tener un nuevo fármaco a dos años vista o más si lo empezamos a utilizar cuando apenas hace uno que hemos conocido la existencia de este virus concreto.

Cuando pasemos de las palabras a los hechos y las vacunas se empiecen a fabricar y a administrar de forma masiva entre la población, muy probablemente aflorará de nuevo el debate sobre la seguridad de las vacunas, con un alud de teorías estrambóticas y de predicadores de la apocalipsis que nos querrán convencer de que todo ello es un invento del demonio. Por eso, ante el escenario que tenemos, será más necesario que nunca hacer mucha pedagogía para resolver las dudas razonables que mucha gente pueda tener. En este reto, la opinión de los científicos será esencial para dar confianza a la ciudadanía.

El debate sobre las vacunas ha ido ganando peso entre los que, por razones más personales que científicas, cuestionan sus bondades. Con el impulso creciente de la influencia de las redes sociales hemos visto que cada día más gente está dispuesta a creer que es mayor el riesgo de vacunarse de determinadas enfermedades que el riesgo de contraer la enfermedad de la cual no se vacunan. Para poner números, la encuesta de salud pública de Barcelona estima que unos tres mil niños de la ciudad, el 1,5% del total, no están vacunados por decisión de las familias.

El auge del corriente antivacunas explica que en los últimos años, aunque sea de forma muy esporádica y puntual, en Europa hayan surgido brotes de enfermedades como el sarampión, que hace años que habían sido erradicadas. Y en España, a pesar de que se cuentan con los dedos de las manos, todavía se producen muertes por paperas, tosferina o varicela. Un caso desgraciado de esta desconfianza hacia las vacunas fue la muerte, en 2015 en Olot, de un niño contagiado de difteria.

Con las cifras en la mano, sin embargo, la realidad es muy elocuente. La implantación del calendario de vacunaciones en Catalunya, en 1980, ha tenido un efecto espectacular para acabar con muchas enfermedades infecciosas que se pueden prevenir con la administración de la vacuna. En 1984 se registraron 36.740 casos de estas enfermedades; tres décadas después se registraban solo 1.500, un 96% menos. Y todo esto se ha hecho con grandes dosis de pedagogía por parte de las autoridades sanitarias y de los profesionales médicos, puesto que en Catalunya vacunarse no es una obligación legal.

Muy probablemente, cuando la vacuna contra el covid-19 llegue a la población viviremos un debate sobre si tiene que ser obligatoria. Según una encuesta publicada la semana pasada por el diario El País, solo el 24% de los españoles se pondrían la vacuna de forma inmediata, el 37% se esperarían un tiempo y el 13% afirman que no se la pondrían en ningún caso. Si estos datos son ciertos, por muy eficaz que fuera la vacuna de muy poca cosa serviría para generar eficacia en el conjunto de la población. No obstante, tenemos que tener en cuenta que estos datos se obtienen cuando todavía tenemos más preguntas que respuestas.

En mi opinión, sería un error que se impusiera la vacunación contra el covid-19 de forma obligatoria, circunstancia que por otro lado chocaría con el respeto a derechos fundamentales reconocidos en nuestro ordenamiento jurídico. La población catalana ha demostrado una madurez excepcional que hace innecesario convertir la vacunación en obligatoria. Se han logrado índices espectaculares de vacunación sin ninguna imposición, y esto no tendría que ser diferente en el caso del covid.

Aun así, ante una vacuna exprés, que por la urgencia de la situación no se habrá podido testar a largo plazo para descartar todos los riesgos o reacciones adversas, será más necesario que nunca que los científicos y los médicos tomen la palabra para dar confianza a la ciudadanía. Hemos visto que el rigor con el que actúan las agencias encargadas de validar los nuevos medicamentos permite tener garantías, pero en este caso la prisa nos ha hecho acortar un camino que en otras condiciones duraría años. Ya sabemos que ni en la ciencia hay unanimidad en las opiniones, pero ante un hecho tan trascendente, habrá que escuchar bien a las voces autorizadas. De lo que seguro que nos tendremos que vacunar todos de forma obligatoria será de la desinformación y de los telepredicadores.

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