Nuestra historia pasa por Berlín

Las autoridades alemanas intentarán salir del callejón sin salida negociando

Andreu Mas-colell
3 min

EconomistaComo era previsible, la persistencia y la intensificación de la política represiva están haciendo imposible cualquier planteamiento de distensión. Uno de los aspectos notables, y sorprendentes, de esta política es que el gobierno español ha buscado la internacionalización del conflicto, por la vía de la euroorden y de la implicación de Alemania. Con la expectativa, claro, de una victoria rotunda. Ha sido una jugada muy atrevida cuyo resultado es incierto.

Todo indica que las autoridades españolas han puesto a Alemania en el centro del conflicto deliberadamente y sin avisar. El cálculo podría haber sido el siguiente. Alemania no quiere otra Hungría u otra Polonia. Por lo tanto, aunque tenga algunas dudas, preferirá mirar hacia otro lado -es decir, entregar al presidente Puigdemont- y simular que el Reino de España pertenece al club de las democracias inmaculadas. También habría una diferencia importante entre Hungría-Polonia y España. En el primer caso, el camino de la involución democrática está acompañado de un euroescepticismo creciente; en el segundo, en cambio, no es así. España es sólidamente, incluso crecientemente, proeuropea. Cierto -continúa el cálculo-, la entrega de Puigdemont puede enajenar a un sector de los catalanes. Pero la no entrega puede hacer lo mismo para un sector de españoles, y al fin y al cabo hay más españoles que catalanes. Además, el gobierno español es un agente con poder de decisión en una Unión Europea que está perdiendo al Reino Unido, que no puede contar con Hungría y Polonia y que ha visto, en las últimas elecciones, un distanciamiento de una magnitud inesperada de la ciudadanía italiana. En resumen: el gobierno español puede pensar que tiene suficiente triunfos en la mano como para garantizar que Alemania haga lo que le pide el juez Llarena. Podríamos añadir otro: en el conflicto actual, la opinión pública alemana es, a estas alturas, de las tibias hacia Cataluña.

Pero las autoridades federales alemanas, y la judicatura, no se enfrentan a una situación fácil. La naturaleza política de la demanda española es evidente, el argumentario sobre la violencia del independentismo hace sangrar los ojos, la expectativa de un juicio justo tiene que ser dudosa, la sombra del caso Companys se hará oír. No será nada cómodo para las instancias judiciales alemanas cumplir con lo que les piden desde España. Su irritación debe de ser considerable.

Creo que las autoridades alemanas intentarán salir del callejón sin salida en el que se les ha metido negociando. Es decir, explorarán con el gobierno español la posibilidad obtener un cuadro de garantías para lo que pueda suceder, en términos de cargos y de condenas, en un juicio en España. Será interesante ver si el gobierno del PP aprovecha la oportunidad para rectificar y tomar el camino de la distensión: al fin y al cabo, la trayectoria que ha ido siguiendo lo lleva a la autodestrucción en beneficio de Ciudadanos. Y veremos también, si fuera el caso, si tiene capacidad para adoptar un compromiso creíble. Todo ello dudoso, pero ya se verá. Mi opinión es que si desde España se mantiene la línea dura, o no se pueden ofrecer garantías efectivas, Alemania no entregará al presidente Puigdemont.

El gobierno alemán, la judicatura alemana, el gobierno español y la judicatura española no son los únicos actores de esta negociación tácita. Conviene que los actores catalanes también estén. Lo que no conviene: perder los nervios. Cualquier sensación de desorden nos va en contra. No se obtendrá nada, al contrario, de cortar carreteras. Ahora es, en todo caso, la hora de insistir en el rasgo distintivo y ejemplar del movimiento soberanista: las movilizaciones legales, bien organizadas, masivas, pacíficas y nada disruptivas. Resonarán con fuerza en una Alemania a la que el gobierno español ha hecho difícil mirar hacia otro lado. Mientras se resuelve el episodio alemán no vale la pena dirigir esfuerzos hacia las autoridades españolas; es mejor ignorarlas. Nuestra historia pasa ahora por Alemania. Y es a Berlín donde nos debemos dirigir, desde los movimientos sociales y desde las formaciones políticas. Es cierto que las circunstancias no ayudan a la participación de nuestros dirigentes en la negociación, enterrada pero muy real, que podría abrirse. Pero deberán hacerlo, ya sea desde el Parlamento, ya sea desde la cárcel. En todo caso, hay uno muy bien situado para hacerse sentir en Alemania: el propio presidente Puigdemont.

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