Emergencia climática: la UE ha fijado la fecha

Andreu Mas-colell
3 min
Emergència climàtica:  la UE ha fixat data

La elección de Biden es una muy buena noticia para el combate contra la emergencia climática. Se abre la posibilidad de que la UE y los EE.UU. actúen de manera coordinada y comprometida con los Acuerdos de París. Si es así, el resto del mundo tendrá que seguir, y podríamos avanzar a paso seguro.

La UE se ha fijado un objetivo: emisiones cero de CO2 (en términos limpios). Pero lo que es realmente trascendente, y atrevido, es que se ha fijado una fecha: el 2050. Como no nos podemos permitir un fracaso colectivo tenemos que ser conscientes, cada uno de nosotros, de que habrá agendas que nos importan pero que tendrán que subordinar su ritmo de progreso al objetivo prioritario: aquel para el que hemos fijado una fecha. Lo argumento.

A largo plazo tenemos que ambicionar, por el bien de la economía, que la energía sea más barata, y ya desde ahora tenemos que invertir en la investigación que haga esto posible. Pero para contener las emisiones habrá que alinear el precio de los hidrocarburos con su coste real, que tiene que incluir el ambiental. Entonces, como se quiere, la demanda se desviará hacia las renovables, pero es improbable -ojalá me equivoque- que la oferta de energía verde pueda aumentar al ritmo necesario para evitar que en el camino hacia el 2050 el nivel general de precios de la energía no aumente.

El problema de los residuos hace que no nos podamos plantear contar para siempre con la energía nuclear. Pero es una energía que no emite CO 2 y, por lo tanto, ahora mismo, es la única tecnología de la que disponemos que nos ofrece una garantía absoluta de poder descarbonizar sin inducir una contracción brutal de la oferta de energía. No es seguro, aunque es posible, que podamos evitar una disyuntiva angustiosa entre mantener la fecha para la descarbonización (2050) y acelerar el cierre de las centrales nucleares.

La localización de la generación de energía depende de muchos factores: de la tecnología (la solar necesita sol, la eólica viento, la hidráulica ríos entre montañas), de las necesidades previstas de energía en diferentes puntos del territorio y del coste de transportarla. La localización ideal de las instalaciones generadoras sería entonces la que pudiera servir las demandas prescritas al mínimo coste posible, incluyendo la medioambiental. En el presente el coste asociado con la localización ideal será todavía muy elevado, porque tenemos que utilizar las tecnologías del carbono. El gran reto en el horizonte 2050 es precisamente su eliminación progresiva. La realidad, sin embargo, es complicada porque hay estados de opinión que pueden entorpecer los buenos propósitos. Menciono dos, mutuamente incompatibles: el no en mi casa y la adhesión a un principio de autosuficiencia.

El no en mi casa son los vecinos que perciben una pérdida de calidad de vida si se instalan generadores eólicos en la carena que domina su paisaje. Si se trata de situaciones puntuales, o de un rechazo moderado, no es grave: los vecinos podrían ser compensados por la instalación. Pero si el rechazo es generalizado e intenso, la densidad de población es alta y hay carenas por todas partes, entonces tenemos un problema. La prioridad absoluta del objetivo de descarbonización puede empujar hacia la imposición por imperativo legal de las instalaciones, con compensaciones que se quedan cortas. La consecuencia puede ser resistencia y parálisis. En este caso, y en cada situación concreta, habría que explorar la alternativa de transportar la energía desde zonas menos pobladas o más dispuestas a aceptar los generadores. El transporte añade un coste que puede no ser insignificante, pero que puede valer la pena pagar si rebaja el riesgo de bloqueo. Por ejemplo: en el caso catalán parecería lógico no eliminar de entrada la posibilidad de traer electricidad eólica o fotovoltaica desde Aragón.

Pero ahora topamos con un segundo estado de opinión: el que considera la autosuficiencia como un valor en si mismo. Esto, no lo negaré, puede traer a buenos hábitos y actitudes: a cultivar un huerto propio o a consumir alimentos de proximidad, y así contribuir a la vitalidad de la economía agraria local. Pero aplicado a la energía, confieso que me provoca una cierta perplejidad. ¿Cuál es su perímetro?: ¿una casa?, ¿un barrio?, ¿la ciudad?, ¿Catalunya?, ¿Europa? ¿Y cómo se justifica? A veces se apela a la seguridad en el aprovisionamiento, pero si nos limitamos a Europa, o a la península Ibérica, esta consideración tiene que ser marginal. A principios del siglo pasado, y de la mano del ingeniero Pearson y su Barcelona Traction (la Canadiense), la industrialización de Barcelona se alimentó con energía limpia (hidráulica) que venía del Pirineo. ¿Por qué ahora tenemos que ser reticentes a dejar que la energía limpia nos venga de Aragón?

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