La humanización de los animales

Albert Pla Nualart
2 min

El futuro del Zoo, que enfrenta a sus trabajadores con grupos animalistas, o el asalto, hace unas semanas, de una granja de cerdos en Sant Pere de Vilamajor nos fuerzan a abordar, como sociedad, debates éticos y filosóficos, y a no limitarnos a dejarlos en manos de cierto activismo. Tendemos a meter en un mismo saco progresista a ideologías ya del todo integradas en el progreso moral —como la igualdad de sexos o razas— y a otras bastante más discutibles. Y haciéndolo regalamos a la derecha, más o menos extrema, lo que le resulta fácil de vender como “sentido común”.

Muchas ideologías empiezan desafiando al “sentido común” y acaban integrándose en él. En los 70 defender el matrimonio homosexual era visto socialmente como una aberración. Ahora y aquí, es casi “sentido común”. Y esto nos puede hacer pensar que es sólo cuestión de tiempo que los animales tengan los mismos derechos que los humanos. Pero en este debate las emociones juegan un papel crucial. En la reciente campaña electoral vimos mítines de Iglesias o Rivera acariciando a sus perros. Y Podemos propone endurecer las penas por abandonar a las mascotas. Se dirigen a votantes que quieren proteger y mimar a los animales que aman. No, en principio, a los que se comen. La fuente de derechos es, en este caso, del todo antropocéntrica. No se plantea si un cerdo es más capaz de sentir que un gato. Dan derechos al gato porque es el centro de sus afectos, como un niño podría dar derechos a su osito de peluche.

Muy lejos de esta posición, el asaltante de la granja de cerdos Massin —entrevistado por Mònica Terribas— dijo: “Me preocupa mucho como se normaliza la violencia con la que estamos tratando a madres e hijos. Y son chicas que han sido forzadas a ser madres. De hecho, es una violación”. “Comer carne —dijo después— no es una decisión personal, porque afecta a otra persona”. Y cuando Terribas matizó que quizás quería decir ser vivo, él replicó: “A otro individuo”. Para Massin, las cerdas son chicas, son personas, porque “todos somos animales”, y todas las “personas e individuos tienen derecho a ser libres y felices”. Es un ejemplo extremo de activista muy joven y muy adoctrinado, pero si hay un animalismo menos radical, más racional, debería dejar claro cómo se distancia de esta forma de ver las cosas. Una forma de ver las cosas que, al menos en parte, está determinando el zoo que tendremos, o dejaremos de tener, en Barcelona.

Y es que los humanos sólo podemos empatizar con otros seres vivos humanizándolos. No tenemos ni idea de lo que siente de verdad un animal, ni lo sabremos nunca. A pesar de eso, sólo hay que ser humanista para tener claro que tenemos la obligación de no causarles sufrimientos innecesarios. Y sólo hay que ser ecologista para saber que comer carne no es sostenible. Pero borrar o difuminar todo lo que separa a humanos y animales, y dejar de priorizar el sufrimiento humano —cuando hay tanto—, no sólo atenta contra el sentido común: tiene graves consecuencias. Unas consecuencias que nos obligan a plantearnos seriamente qué hay de progresista y qué de sectario en el creciente e influyente animalismo.

stats