La sentencia sobre Julian Assange

Es un error confiar a los gobiernos el poder de decidir lo que tiene que saber la ciudadanía

Alan Rusbridger
3 min
Julian Assange, ahir, en sortir del jutjat de Southwark, al sud de Londres, després de ser sentenciat a 50 setmanes de presó / HENRY NICHOLLS / REUTERS

La sentencia del lunes día 4 del Tribunal Penal Central de Inglaterra y Gales fue la más extraña que he visto nunca, sobre todo porque la iba devorando a través de los tuits inconexos de los periodistas que estaban en el tribunal. Con cada nueva información parecía que Julian Assange pasaría lo que le quedaba de vida en la prisión. Y después, por sorpresa, el comunicado final: "Assange ha ganado".

Fuera del Old Bailey, el mencionado tribunal, algunos seguidores suyos estaban exultantes; otros lloraban. Supongo que Assange –después de diez años de vivir diferentes tipos de soledad forzada– todavía no debe de tener muchas ganas de celebrarlo. Para empezar, el gobierno de los Estados Unidos ya ha anunciado que quiere apelar contra la sentencia. Y, visto su historial de fugas estando bajo fianza, puede pasar bastante tiempo hasta que lo dejen salir de la prisión de máxima seguridad donde está recluido actualmente.

Aún así, ha sido un gran momento para Assange, aunque no para la causa de la libertad de prensa. La juez se ha encargado de desestimar casi todos los argumentos formulados por el heterodoxo editor/activista en defensa de su trabajo. Solo ha denegado la extradición al gobierno de los Estados Unidos por un motivo: el activista corría el riesgo de suicidarse y quizás no sobreviviría a la dureza del encarcelamiento que seguramente le impondrían si lo declaraban culpable de violar la ley norteamericana de espionaje.

Si la juez no ha mostrado mucho interés por la defensa de Assange, muchos periodistas han compartido la misma actitud. No cuesta nada entender por qué. En primer lugar, hay una cierta reticencia a aplicar la etiqueta de periodista a personajes que, como él, tienen múltiples identidades: filtrador de documentos secretos, fuente periodística, editor, activista, anarquista de la información, agitador... y (según él) periodista.

En segundo lugar, a muchos periodistas (a mí mismo, por ejemplo) nos inquietó el papel de Assange en las elecciones presidenciales de 2016 en los EE.UU., cuando se expuso a la acusación de colaborar en una operación del espionaje ruso para desestabilizar los procesos democráticos de otro país.

En tercer lugar, está el problema del personaje mismo. Para algunos es una especie de Mesías digital que anuncia una nueva era de transparencia y rendición de cuentas. Para otros es sórdido, misógino y narcisista. Muy poca gente es neutral ante el fundador de Wikileaks, y él mismo tiene una habilidad especial para ponerse en contra incluso a sus amigos.

Pero creo que, si los periodistas –y el público en general– se despreocupan de lo que le pueda pasar, será una equivocación.

Pensemos en el caso de Daniel Ellsberg, que en 1971 filtró al New York Times y al Washington Post los llamados papeles del Pentágono, en los que se detallaban las mentiras del gobierno norteamericano sobre la Guerra de Vietnam. En ese momento lo acusaron de traidor, y a la administración Nixon nada le habría gustado más que meterlo en la cárcel y tirar la llave.

Hoy, sin embargo, a los 89 años, casi todo el mundo lo considera un héroe: estuvo dispuesto a arriesgarlo todo para sacar a la luz todas las verdades que la opinión pública tenía derecho a saber. Los diarios obtuvieron una rotunda victoria en el Tribunal Supremo con sentencias que, a diferencia del veredicto de esta semana en el juicio de Assange, contenían declaraciones categóricas sobre el deber de la prensa de denunciar realidades incómodas y vergonzosas.

Ellsberg nos demuestra que, en general, es un error confiar a los gobiernos el poder de decidir lo que tiene que saber la ciudadanía en beneficio del "interés público". En las sociedades democráticas tiene que haber personas independientes del poder político establecido que sean capaces de llegar a sus propias conclusiones sobre lo que el público tiene derecho a saber.

A estas personas las llamamos periodistas. Gran parte de lo que Assange hizo (y de aquello de lo que lo acusan) se parecía mucho al "periodismo", aunque los "auténticos" periodistas no estuvieran dispuestos a admitirlo en su círculo.

Pero periodismo es un término vago y equívoco para describir una serie de actividades que van del diario más sensacionalista y tendencioso a la cadena pública más imparcial y de más nivel.

Supongo que en el futuro habrá muchos más Ellsberg, Assange y Snowden. No todos merecerán que los apoyemos en todo lo que hagan, pero muchos sí. Las leyes tendrán que aceptar un panorama informativo diferente y, a la larga, también los periodistas lo tendrán que hacer.

Alan Rusbridger, ex director de 'The Guardian', preside el Instituto Reuters por el Estudio del Periodismo, y es 'Principal' del colegio Lady Margaret Hall de Oxford.

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