El atlas de las pasiones

Las novelas de Balzac están llenas de individuos que se lanzan decididamente a su propia perdición

Rafael Argullol
2 min
L’atles de  les passions

Auguste Rodin estaba obcecado con representar en bronce a Honoré de Balzac. De hecho estaba convencido de que este, en su literatura, había llegado a una profundidad en el análisis de las pasiones que a él, en la escultura, le costaría alcanzar. Y es cierto que es difícil encontrar otro escritor que, como Balzac, haya trazado una cartografía tan exhaustiva de las pasiones. Este es el propósito principal de La comedia humana, el fresco narrativo que quiere describir la mayoría de las pasiones del hombre, sean consideradas positivas o negativas. Así por él desfilan la amistad, el amor, el odio, el poder, el juego, el deseo de absoluto o el anhelo de perfección.

Como anatomista de las pasiones, el mecanismo que entrevé Balzac es siempre similar. Poseído por una pasión, el ser humano se concentra casi exclusivamente en el territorio de esta, tendiendo a olvidar los otros territorios. Pone el foco, por así decirlo, en un determinado espacio de su vida, dejando el resto en la oscuridad. En su límite extremo la pasión deviene obsesión, de manera que el prisionero emocional queda atrapado en la misma telaraña que ciegamente ha construido. Como en el caso de Dostoievsky, estas situaciones límite son las más tratadas en las novelas de Balzac, llenas de individuos que se lanzan decididamente a su propia perdición. Una apuesta, sin embargo, en la que fían su victoria.

En una época leí mucho a Balzac y recuerdo muchas piezas del rompecabezas de La comedia humana. Pero, en la memoria, es sin duda una breve novela la que sobresale. Me refiero a La obra maestra desconocida, una ficción sobrecogedora sobre los últimos diez años de la vida de un pintor del siglo XVII, Frenhofer, completamente poseído por el anhelo de perfección. El lector que penetra en el secreto de Frenhofer penetra también en la psicología de muchos personajes balzaquianos: obsesión, determinación, caída, claroscura admiración por parte de los contempladores que le rodean. Cézanne, Picasso y Schönberg fueron algunos de los muchos artistas seducidos por La obra maestra desconocida. Y, Rodin, por supuesto, que volvía una y otra vez a Balzac como el buen discípulo vuelve al maestro.

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