Esther Vera

El final de la película

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El final de la pel·lícula

Crisis e inmigración son palabras de suma explosiva. La compleja gestión de las olas migratorias ha sido determinante en la construcción de la historia y no es casualidad que la inmigración sea el tema estrella de Donald Trump, con su ego hipertrófico primitivo, y sea al mismo tiempo el peor quebradero de cabeza de la canciller alemana. También es la pesadilla de muchos ciudadanos europeos que vemos cómo nos traiciona Europa.

Angela Merkel afronta hoy el primer test político a la estrategia de abrir las fronteras que adoptó el año pasado. Los cristianodemócratas tienen dificultades en las encuestas de los estados federales donde se celebran elecciones, porque parte del electorado se ha ido a la ultraderecha de Alternativa para Alemania, que cuenta con un 10% de intención de voto en Baden-Württemberg y Renania-Palatinado, donde los líderes locales se distancian de Merkel en la política de inmigración, y un 19% en Sajonia-Anhalt, donde la extrema derecha se sitúa por delante de los socialdemócratas.

Coincidiendo sospechosamente con la proximidad electoral, la canciller alemana se ha desdicho de su valiente posición inicial en la estrategia de acogida de refugiados sirios y ha permitido un acuerdo vergonzoso. La Unión Europea ha dejado ir el plan inicial liderado por la canciller para hacer frente a la crisis de manera comunitaria y mediante el reparto de cuotas entre los países miembros de la Unión. Pocos días antes del test electoral, los Veintiocho firmaban, el pasado lunes, un acuerdo con un socio útil y destacable por su falta de escrúpulos, Turquía. El acuerdo dice que cualquier inmigrante que llegue a las islas griegas tras el peligroso viaje por el Egeo será trasladado (el eufemismo oficial europeo no permite deportado) de nuevo a Turquía, donde será apuntado al final de la lista de los demandantes de asilo. La presión sobre Ankara, que en los últimos cinco años ha recibido a 2,7 millones de refugiados desplazados por la guerra siria, se reducirá con el compromiso de aceptar a un demandante de asilo que cumpla los requisitos legales por cada refugiado devuelto a Turquía. El primer ministro turco obtiene, a cambio de no exportar el problema, unos 7.000 millones de euros en tres años y una política más flexible de visados para sus ciudadanos.

El acuerdo que mantiene a los refugiados lejos de la rica y decadente Unión Europea tendrá dificultades. De ejecución, porque habrá que ver cómo se trasladan los refugiados y si nuestra conciencia soporta camiones o trenes llenos de niños como los nuestros cuya alternativa es volver a un país en guerra. También tendrá problemas legales porque contraviene el derecho humanitario, la Convención de Ginebra y protocolos de las Naciones Unidas, y porque retuerce los principios fundacionales que han inspirado los mejores momentos de la construcción de la UE.

Desde que los gobiernos xenófobos del centro de Europa cerraron la ruta de los Balcanes, los socios pretendidamente fuertes, Alemania, Francia y el Reino Unido, han tenido fácil dejar de resistirse y plegarse a los radicales de derecha de sus propios países. En el caso de España, la desorientación y la falta de criterio parecen la actitud natural.

Las olas de inmigrantes en tiempos de crisis excitan con facilidad las bajas pasiones políticas de los que están dispuestos a hacer atajo con los populismos.

El conjunto de Europa necesita afrontar la realidad. La salida buenista, a menudo defendida por los que disfrutan de una posición de privilegio que no fricciona con los recién llegados, es inútil porque es ingenua. Pero dejar el problema a las puertas de Europa es sólo cinismo y cobardía. ¿Canadá no ha logrado acoger a 25.000 refugiados en tres meses negociando con Jordania, Libia y Turquía?

Merkel es la protagonista principal de la Europa impotente. De su valentía en la acogida de los refugiados depende que Europa se siga reconociendo en los mejores valores. Los de la inclusión, los de la construcción de una sociedad diversa y con una red social que garantiza los derechos básicos a sus ciudadanos. De la mejor Alemania depende la mejor Europa.

También depende de ella económicamente, y así se lo ha dicho esta semana Mario Draghi. La política monetaria para evitar una nueva recesión en Europa ha llegado más allá de lo que muchos esperaban. Más importante que la compra masiva de deuda pública y corporativa y del préstamo a los bancos al 0% es que el BCE pagará a los bancos para financiar las operaciones a largo plazo que den crédito y compensará así el daño que el dinero barato puede hacer en los balances bancarios. Pero la política monetaria está al límite y lo que sanaría la economía serían decisiones de política fiscal concertada. ¿Cuáles? Medidas estructurales destinadas a mejorar la productividad a largo plazo. Canalizar recursos a gasto productivo. Ya sea inversiones en programas útiles y evaluados con el cálculo coste-beneficio, ya sean políticas destinadas a la mejora del mercado laboral: políticas educativas, de investigación y desarrollo integradas en las empresas, movilización de recursos que vayan a sectores emergentes compensando a los perdedores potenciales para evitar que se descuelguen y que bloqueen las iniciativas de cambio. Pero la obsesión por la ortodoxia y el déficit de Merkel pueden acabar de ahogar a Europa.

Tenemos una economía átona -en el mejor de los casos- con una crisis de refugiados que afecta a miles de personas que malviven empapadas de lluvia en campos de refugiados en las puertas de Europa. Sabemos cómo acaba la película de la crisis y la inmigración. Estamos a tiempo de cambiar el final.

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