El caso Piqué

Salen el cansancio y la tristeza por las imágenes de violencia gratuita contra aquellos que pretendían votar. Contra personas que, armadas solo con su cuerpo y su voz, pensaban que podían detener el embrutecimiento de la política española. Miles de antidisturbios actuaron con una contundencia inaudita que alimenta con cada imagen del abuso las ideas que pretende combatir y la simpatía internacional. Una violencia que se pretendía que fuera ejemplar y que las cámaras de todo el mundo han convertido en una vergüenza incomprensible en el mundo civilizado.

La violencia del domingo no se olvidará fácilmente y endurecerá el pulso entre las partes. A partir de ahora cualquier iniciativa pasa previamente por la retirada de la Policía Nacional y la Guardia Civil de Cataluña. Han demostrado que ni sus mandos ni ellos comprenden conceptos como la proporcionalidad o la razón última de su existencia, que es garantizar la convivencia. Tienen que irse de las calles de Cataluña y dejar de provocar con su chulería. Muchos han sentido estos días impotencia hasta las lágrimas, como Gerard Piqué. Las reacciones a sus palabras son muestra de la falta de cultura política y del miedo a expresarse desde la diferencia que existe en la sociedad española. ¿Cuántos de sus compañeros lo han defendido de los insultos y las amenazas de las que es objeto cuando se declara catalanista o a favor de un referéndum? El magma de silencio se da en muchos otros gremios porque la calidad del debate político en España es baja. Quedan restos de la máxima franquista (haga como yo, no se meta en política) y se prefiere apuntarse al odio o al aplauso colectivo que al arriesgado esfuerzo de pensar por uno mismo. El acoso es especialmente activo en las redes, que actúan como un ejercido gregario que busca más adhesiones que ideas. ¿Cuántos compañeros de Piqué saldrán a defender su trabajo en la selección y a desvincularlo de sus ideas? ¿O a expresar respeto por las ideas, sean cuales sean, de su compañero?