Y España descubrió que el 'Procés' iba en serio

Madrid confiaba en que el 1-O no llegaría vivo a septiembre

David Miró
3 min
La vicepresidenta del govern espanyol, Soraya Sáenz de Santamaría, ahir a la Moncloa.

El lamentable espectáculo de ayer en el Parlamento catalán, que muchos se apresuran a aprovechar, no oculta el núcleo de la cuestión: el procés catalán va en serio. Puede fracasar o puede triunfar, pero va en serio. Y esto, la supervivencia después de cinco años de sacudidas y tensiones internas, ya es una primera victoria para el movimiento. Para muchos esto es una obviedad. Pero no para Madrid ni tampoco para muchos de los políticos que ayer ocupaban su escaño en el Parlamento y que hace meses que se preparan para unas elecciones que consideraban indefectibles. La posibilidad de que esta alianza multicolor que abarca desde la izquierda anticapitalista hasta el liberalismo más ortodoxo se mantuviera unida en el propósito de sacar adelante el referéndum contra la maquinaria del Estado no la consideraban plausible. Cada día veían pruebas que les confirmaban su opinión.

En todos los cafés, comidas y llamadas el mensaje era el mismo: "Esto no puede durar, las tensiones internas son fortísimas"; "El PDECat se romperá"; "Junqueras está esperando su momento para ser presidente", etc. Pues no. El Procés ha llegado vivo al mes de septiembre y cuenta con una ley y un referéndum convocados. Todo esto, el Estado aún lo puede detener, claro, tiene la capacidad de aplastarlo y de hacer pagar un alto precio a sus promotores. Por supuesto. Pero esta ya no es la cuestión, porque el Procés ha puesto fin al espejismo de la España feliz y unida del PP. Si España se mantiene unida a partir de ahora será al precio de perseguir judicialmente a políticos y funcionarios, de soportar movilizaciones masivas en la calle, de mantener una especie de estado de excepción en Cataluña, de vivir con el miedo de cuál será la respuesta electoral de los catalanes el día que les toque ir a votar... Será una unión mantenida por la fuerza, por lo que será frágil, débil, con los pies de barro.

Zona de conflicto

España es oficialmente desde ayer una zona convulsa en el mapa internacional, un lugar con un conflicto político enquistado, una metrópoli con una provincia rebelde, un territorio con una parte de la población insurrecta y decidida a hacer valer sus derechos. Los próximos días y semanas veremos cómo evoluciona, pero el independentismo catalán ya ha conseguido su primer objetivo: pinchar el globo de la España del 78. Algo que, por cierto, no ha podido hacer ni Podemos ni Pablo Iglesias.

Error de perspectiva

A partir de ahora, los líderes españoles, y también algunos catalanes, deben afrontar la realidad y darse cuenta de que están ante un escenario nuevo y no previsto por ellos. El hecho de considerar totalmente inconcebible la independencia les llevó a considerar que también era inconcebible que los independentistas, sobre todo los herederos de la Convergencia pujolista, quisieran asumir riesgos personales. Ahora empiezan a ser conscientes de su error de perspectiva. Mientras aquí el soberanismo inauguró una nueva mirada sobre la realidad (la voluntad de los catalanes por encima de los partidos y los límites impuestos por la Constitución), otros se mantenían con las gafas del autonomismo y de la vieja política.

España no ha sabido y no ha querido ver lo que le venía encima. Y ahora todas las opciones que tiene en la mesa son malas: o represión o una negociación claudicante. Eso si no se quieren arriesgar a sufrir una derrota definitiva el 1-O.

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